Hoy hace un año que nos dejó Pau Donés, imposible no recordarle con una gran sonrisa.

 


Hace veinticinco años el mundo (y nosotros) éramos otros.
Pero los veranos no.
Los veranos son los mismos.
Una oportunidad para desabrochar la existencia.
Para ampliar los márgenes de nuestros cuerpos.
Cuando escucho a Jarabe de Palo siempre es verano.
Y lo que es mejor: los demás también lo son.
Si cierro los ojos y escucho a Pau Donés nos siento pensando que el futuro era algo que nos quedaba muy lejos y que le pasaba a otros.
Las canciones nos dan la extraordinaria posibilidad de compartirnos.
De recorrer el mismo camino durante unos minutos.
Aunque esos lugares ya no sean ni estén.
La música tiene la virtud de atesorar nuestros recuerdos.
De fotografiar cada uno de nuestro deseos y anhelos.
Por eso a veces las canciones alegres nos hacen llorar.
Porque nos muestra todo lo que no pudo ser.
El futuro llegó.
Y con el hacernos mayores también vinieron detrás las decepciones, los desamores, la enfermedad, la incertidumbre, la depresión, el dolor, el miedo o la tristeza.
Todo aquello que es inseparable a vivir.
Pau se ha marchado a las puertas del estío.
Como un flautista de Hamelín que nos lleva hasta una orilla.
Para explicarnos que a veces sin motivo alguno se nos va el mundo al suelo.
Porque aunque seamos buenos nos morimos y se mueren.
Para decirnos en qué consiste el misterio.
Que no hay cielo, mar ni tierra.
Que la vida es un sueño.
Si esto es así Pau se ha despertado.
Ha dejado de soñarnos.
Para regresar a esa casa en el polvo de estrellas.
Algún día todos y todas lo haremos también.
Esa es de momento nuestra única certeza.
Mientras tanto.
Nos queda seguir haciendo costa en cualquier calle.
Nos quedan las palabras para seguir aferrándonos.
Nos queda la libertad de nuestros pensamientos.
Nos queda el verano.
Solo tenemos la vida.
Es lo único.
Para querer mucho y dejarnos querer todo lo posible.
Para desterrar el odio.
Y para bailarnos.
Como nos dé la gana
Roy Galán

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