Aprender cuando marcharnos.



Nadie nos enseña a marcharnos a tiempo. Ni antes, ni después. Y esto es importante, porque quedarse allí donde uno sabe que no debe o quiere estar, es malgastar el tiempo, este tiempo, el único que tenemos.
Y el precio de esta sinrazón es caro. El precio es no estar donde quieres estar, donde te late, donde sabes que te valoran, que te quieren. Allí donde creces, donde te alimentas de aquellos que vibran en tu misma frecuencia. Una inversión de longitud de onda perfecta.
Creo que nos deberían enseñar en el colegio a cerrar puertas y ventanas. A lanzar las llaves tan lejos que nunca podamos encontrarlas. Y entender que no pasa nada. Que la vida va de elegir, se nos va en lo que elegimos y, sobre todo, en lo que no nos atrevemos a elegir, a poner en marcha, a poner punto y final.
Solo soltando lastre podremos llegar lejos. O adonde queramos ir, sin llegar apenas sin vida, sin tiempo, sin nada que hacer.
Elijamos, marchémonos, lleguemos, volvamos a elegir. Este instante, todo eso que sabes que te mereces, a ti mismo.
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