A mis guerreras. A todas las madres.
A las que hacen que los días se despejen aunque caigan lluvias torrenciales. A esas que saben hacer el desayuno con una mano, cogerte la coleta para ir al colegio con la otra, y a ponerse una sonrisa en la boca exclusivamente para ti, desde primera hora de la mañana. A las que no creen en cuentos de princesas, pero hacen que tú creas en ellas cuando te cuentan uno para que cojas el sueño. A las que tienen una agenda mental, sin necesidad de asesores de gobierno para saber lo que tienen que hacer en cada momento. A esas, que prefieren quitarse caprichos para dártelos a ti, esas que prefieren tu sonrisa a cualquier abrigo de temporada. A esas que se bloquean y no ven la salida, pero que si tú te agobias, hacen un boquete en la pared para enseñarte la luz del día aunque les cueste la vida. A las que te obligan a que te comas la verdura, a las que saben comer con las manos y ensuciarse contigo, a las que su príncipe azul decidió irse con la bruja del cuento, y ella son princesas callejeras sin saberlo. A las que no se maquillan porque no tienen tiempo y aún así, son las más bonitas del mundo. A la que va a tu función de teatro del colegio y Leonardo DiCaprio se queda a la altura del suelo, porque en su cara refleja la admiración que siente por ver como lo haces. A las que juegan contigo, a las que cuando te haces una herida en la rodilla te sopla y te cura sin más, eso sí que es magia. A las que con un beso te sacian el hambre de amor. A esas, que cuando vas creciendo quieren que se pare el tiempo, porque para ellas el tiempo se paró la primera vez que te vio. A las que disfrutan la primavera viéndote hacer el cafre en los columpios de tu barrio, y ni siquiera se fijan en las flores de su alrededor. A tu primera y última doctora de cabecera, la que te mide la temperatura con sus labios en tu frente y termina en beso; eso no hay dinero que lo pague. A la que cuando tengas edad de salir, te haga mil preguntas porque su único interés es tu bien. A las que sacan las garras si te hacen daño, a las que se comen tu primer desamor y maldicen el dolor que sientes. A las que saben preparar un puchero e inundan la casa con ese olor, y suspiras y dices en bajito, ”el puchero de mi madre”. A las que te hacen pasar un día de playa que haces que no recuerdes ninguno otro anterior, y parece que es la primera vez que ella ve el mar. A las que se les pone el pelo blanco y siguen con el alma intacta. A las que no les da tiempo a que el pelo les cambie de color, porque hacen más falta en el cielo. A las que luchan contra tus demonios, sin hacerle caso a los suyos. A todas y cada una de esas que sonríen por fuera y se ahogan por dentro y su salvavidas eres tú. A ti, a ella y a todas…
Francisco Bonilla Lozano.
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