Verdades.

 

Mi madre me habló del viejo mundo, de antes del diluvio, decía que era distinto, infame. Trenzaba mi cabello, y narraba historias espeluznantes de mi padre y de los demonios del inframundo. Decía que todo se perdonaba pero nada se olvidaba.

La oscuridad de sus ojos era inusualmente grande y sus palabras fluían como olas. Dijo que todo estaba bien como estaba, que todo ocupa su espacio en el pasado, en el aquí y el ahora. Y cuando hablaba de esa manera, algo se apoderaba de ella.

Ella tiraba de mis trenzas con fuerza, como para castigarme por algo que moraba en lo profundo de ella. Algo que la arrastraba desde el centro, como el hambre que no se puede saciar.

Ella habló del ayer como su estuviera ante sus propios ojos, como si el hoy fuera solo un velo que ensombrecía todo lo que para ella era real. El viejo mundo volvió para asecharla como un fantasma que le susurraba en sueños como erigir el nuevo mundo piedra por piedra.

Fue entonces cuando supe que nada cambiaba, que todo permanece inalterable. La rueca gira vuelta tras vuelta.

Un destino está ligado al siguiente. Un hilo, rojo como la sangre, entrelaza nuestros actos. Uno no puede desatar los nudos, pero se pueden cortar.

Él cortó los nuestros, con una hoja afilada, y aún así, algo no se pudo cortar, un lazo invisible. Algunas noches tira de él, despierto sobresaltada, sabiendo que nada deja de ser, que todo permanece. Sólo la oscuridad me rodea. Sombras acechando eternamente. No he comido en días.

Mis ojos se tornan negros. El final se acerca. Así como él descendió al laberinto, ahora yo desciendo al mío.

Ahora estoy de pie frente a ustedes no como hija del rey, no como esposa del hombre, no como la hermana de su hermano. Un cabo suelto en el tiempo.

Todos morimos por igual, no importa en qué casa nacemos, o como nos vistamos, si vivamos poco o mucho tiempo. Yo sola formo los lazos, haya ofrecido mi ayuda o la haya negado.

Todos enfrentamos el mismo destino. Los que están en el cielo nos olvidaron, no nos juzgan.

En la muerte, estoy sola. Y mi único juez… soy yo.


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