Los que ridiculizan.

Los que ridiculizan lo sensible suelen ser analfabetos de lo emocional.

No siempre se manifiestan con descaro ni tienen por qué ser mala gente, tan sólo critican lo que envidian, la capacidad en otros de expresar sus sentimientos sin pudor.

Quieren condicionar con risas socarronas, chistes malos, miradas desafiantes o comentarios jocosos. Conforme el mundo evoluciona, por suerte, van teniendo menos fuerza, porque la ciudadanía tiene cada vez más respeto a lo auténtico, al diferente, al que se expresa, al que transmite.

Les incomoda que se hable de todo lo que tenga que ver con el corazón, como visitantes de un país extranjero del que desconocen la lengua.

¿Para qué decir si uno se siente triste o feliz, cuando se puede hablar de tantas otras cosas? ¿Qué se gana con interesarse por el otro? ¿Para qué complicarse la vida?

Es más cómodo pasar por la vida de puntillas, tragarse para dentro los comecomes y hacer que nada nos conmueve. 

Si me abro a los otros, conseguiré que los demás se abran a mí. ¡Qué coñazo!

A fin de cuentas, mostrarse transparente es de blandengues.

No saben ver que no hay nada importante en esta vida que esté desconectado de la emoción.

El día en que se caen, porque se acaban cayendo, se dan cuenta del tiempo que han perdido jugando a ser de piedra.

 Salvador Navarro - Contador de historias

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