Valía la pena seguir.

 


No tuve tiempo de sentirme sola,

ni de llorar,

con una maleta en la mano y un bebé en la otra

me tuve que apurar,

no había tiempo de hacerme la víctima,

de encerrarme en casa llorando por lo que no fue.

Tenía un plan.

Por fuera era la más rebelde,

la más cínica,

tuve que aparentar ser la más fuerte

para defenderme mientras seguía caminando.

No pensaba.

Si lo hubiera hecho hubiera llorado todo el tiempo.

Y los ojos de un bebé no esperan.

Ni su estómago.

Ni sus enfermedades.

Ni la escuela.

Ni su corazón.

Y así,

fui avanzando.

El camino hacia Itaca fue largo.

Pero ante mi miedo me cegué

para no ver los monstruos,

me dejé sorda

para no escuchar los aullidos

de los lobos.

Nada fue fácil.

Pero yo tenía un objetivo.

Un plan.

Que a veces parecía que no iba a resultar.

Y resultó.

Porque en las noches más obscuras

unos ojos me miraban dulcemente

y una voz me hablaba hasta dormirme,

recordándome,

que valía la pena seguir..

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