Se les murió el amor.
Se les murió el amor, algunos dirían resignados. Pero muy bien sabemos que fuimos nosotros quienes lo matamos. Sin mirarnos a los ojos, sin heridas de bala. Hay cosas que están tan muertas que al morir ni siquiera sangran. No tenemos perdón, ni jueces, ni jurados. Solo un veredicto mudo, una sentencia en privado, una vida ficticia que nos habíamos jurado. Somos un árbol muerto, que ni siquiera cuando muere cae, y al viento le echa sus hojas para enterrar sus culpas y velar sus verdades.
Lucas Hugo Guerra
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