LOS MISERABLES (Víctor Hugo)


Un día, viendo a gente de por allí muy afanosa arrancando ortigas, miró el montón de plantas, arrancadas de raíz y ya secas, y dijo: «Están muertas. Y, sin embargo, serían algo bueno sabiéndolo aprovechar. Cuando la ortiga es joven, las hojas son una verdura excelente; cuando envejece, tiene filamentos y fibras, como el cáñamo y el lino. Los tejidos de ortiga no desmerecen de los de cáñamo. Picadas, las ortigas son buenas para las aves de corral; machacadas, para las reses. Las semillas de la ortiga, mezcladas con el forraje, le dan brillo al pelo de los animales; la raíz, mezclada con sal, proporciona un bonito color amarillo. Es, por lo demás, un heno excelente que se puede segar en dos veces. Y ¿qué necesita la ortiga? Poca tierra, ninguna atención y ningún cultivo. Sólo que la semilla va cayendo según madura y cuesta recogerla. Y eso es todo. Tomándose algún trabajo, la ortiga sería útil. No le hacemos caso, y se vuelve nociva. Y entonces la matamos. ¡Cuántos hombres se parecen a las ortigas!». Añadió, tras un silencio: «Amigos míos, que no se os olvide esto: no hay ni malas hierbas ni hombres malos. Sólo hay malos labriegos».

Pintura de José Vela Zanetti

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