Hay cierta obsesión por gustar, por obtener 'likes' y seguidores.

 


Hay cierta obsesión por gustar, por obtener 'likes' y seguidores.
Tanto es así, que no estar en las redes sociales parece implicar un no existir.
El vértigo lo encuentro en las miles de personas que no ofrecen otra cosa que su físico. Cada dos horas una foto de ellos mismos en un lugar diferente. En casa, en el parque, en el trabajo, cepillándose los dientes, haciendo que duermen, con cara de puchero, con mirada de seducción, como si hubieran cambiado el espejo de casa por el móvil. Y, en seguida, a contar los 'me gustas'.
La belleza en sí es una cualidad que todo el mundo tiene derecho a explotar. Una sonrisa de dientes blancos no tiene precio, una cara simétrica, barbillas con agujerillo en medio, unos hombros bien formados. Un buen culo. Mostrar un día tus músculos en el gimnasio, enseñarnos lo bien que te quedan los últimos pantalones.
El problema es cuando detrás no hay más, porque hasta la belleza cansa.
Que vivamos en un mundo de exhibicionistas y mirones no tiene por qué ser insano, pero lógico no es. Sobre todo porque alimentamos con gasolina muy peligrosa a quien basa su autoestima en la admiración que provoquen las fotos que publica o a quien pierde la suya propia en función de la lejanía que sienta de las fotos de la gente que valora.
Somos fisgones mirando tras el visillo de las redes sociales, crecidos al apretar el botón de quién vale y de quién no.
¿Hasta dónde llegará el juego? ¿Dónde irán a parar esos dioses de pies de barro?
¿Soy yo, sin admitirlo, una víctima más?
Salvador Navarro - Contador de historias (Pintura de Alex Gross)

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