50 SOMBRAS DE LUISI.

(Un texto de Ángel Sanchidrián)

Salgo de musicoterapia y voy a tomar algo con las amigas. Con todas menos con Reme, que le ha dado la ciática en la conga y se ha marchado a casa. Vamos a un sitio nuevo que conoce Virtudes que por dos euros te ponen una caña y un pincho así de grande, que con un par ya has cenado.


Allí la Marce nos cuenta que se está leyendo el libro ese de darse azotes. Por lo visto es de un señor rico que coge a una chica jovencita y en vez de darle besos y hacerle arrumacos la toma por una piñata y la escaralla. Es lo que se lleva ahora en el sexo. Claro que a ella le debe gustar porque vuelve a por más, como la gata flora, que si se la metes grita y si se la sacas llora.


El caso es que de camino a casa no dejo de darle vueltas al tema y me sorprendo a mí misma pensando en hacer algo parecido con Manolo, que es lo que tengo disponible. No es que a mí me guste que en la cama me traten como a una yegua, pero a lo mejor así resucitamos nuestra vida sexual, que lleva muerta desde que empezó a tener más tetas él que yo.


Llego a casa y me doy una ducha de las esmeradas, poniendo especial énfasis en frotar el peluche y aledaños, que quede apetitoso. Luego voy al salón en ropa interior, apoyo una mano en el marco de la puerta y le digo a la cosa esa que hay despatarrada en el sofá que me acompañe a la habitación.


Él no entiende nada pero obedece, por no discutir y porque el tema pinta retozón, que no acostumbra. Así que se pone en marcha y cuando pasa junto a mí le suelto un manotazo en el culo y un “que te como, pirata”. Crece su extrañeza.


– Luisi, ¿has bebido?

– Calla, señor Bermúdez, y tira que te voy a dar la paga -. Le doy otro azote mientras avanzo detrás de él.


Manolo en estas cuestiones muy exquisito no se pone. Cuando cruzo el pasillo y le doy alcance, él ya está con los calzones por los tobillos diciendo “rápido, que empieza el Pasapalabra”. Pero no le hago caso. Hoy no va a ser el “aquí te pillo, aquí te mancillo” de siempre.


Le digo que se tumbe boca abajo y pienso. Necesito un látigo, que es muy erótico, que me lo ha dicho la Marce, pero en casa no tengo de eso así que cojo un cinturón, uno con la hebilla de golfi. Así, en bragas y con un antifaz de cotillón, le arreo un latigazo en la espalda. Manolo se caga en mis bisabuelos, en mi gazpacho y en el ministro de hacienda.


Hay que pensar otra cosa porque la dominación con latigazos no ha dado los resultados esperados. Manolo sigue retorciéndose intentando que la mano le alcance la zona donde le he atizado para aliviarse el escozor. Así que ahora me tumbo yo en la cama y le pido que me dé azotitos. A la segunda hostia que me suelta en el culo con la manaza abierta, que la tiene como una peineta de berenjenas, estoy empotrada contra el cabecero de forja toledana. Esto parece un rodeo americano. Así tampoco.


– Te voy a estimular el punto ge – le digo con sensualidad, pasándome la lengua por los labios. Quizás haya exagerado un poquito el matiz sexy y haya parecido una vaca bebiendo, pero bueno, ya está hecho.

– Eso – dice él -. Bájate a los columpios que tengo la mazorca a punto de hacer palomitas.


Para mí que este no se ha enterado muy bien de lo que le voy a hacer. Me humedezco un dedo con saliva y le pongo la banderilla. Manolo clava las uñas en las sábanas, aprieta los dientes y su voz se vuelve aguda. Su cara ahora mismo es como dos huevos fritos con labios.


– Hiiiiiija de puta…


Saco el dedo deprisa. Ya no sé ni por qué sombra voy, pero a las cincuenta me da a mí que no llegamos. Voy a pasar al erotismo verbal. Esto no puede fallar porque lo he visto en un montón de películas españolas y siempre funciona.


– Manolo, dime cosas feas

– Guarrilla

– Eso es

– Putita

– Así, sigue, dime más

– Cotilla, histérica, eres como tu madre, todo el día tocando los cojo…

– Pero qué hablas, borracho

– Yo a esa señora no la quiero más aquí en Nochebuena

– Mira, Manolo, mi madre vendrá a esta casa cuando ella quiera. No empecemos otra vez con lo mismo, te lo pido por favor.

– Bueno, pero hay mandanga o no hay mandanga

– Ya por no oírte, hijo mío

– Venga, ponte boca arriba, a ver si me da tiempo de ver el rosco, que hay casi un millón de bote

– ¿Ya estás dentro?

– Qué hija de puta que eres…


CAPITULO 2: Autoservicio

Dice la Marce que una mujer de hoy en día se tiene que dar placer a sí misma porque tú conoces mejor que nadie tu propio cuerpo y tus zonas de marisqueo. Así que me ha regalado el vibrador “Lady parrús” – que por lo visto es lo mejor que hay ahora mismo en menaje del gozar – para que me explore yo a solas el fruti di mare. Esto lo hacen ahora mucho las famosas que tienen blog.


Aprovecho que Manolo está en el sofá rompiendo la barrera del ronquido para quitarle las pilas al mando del Gol TV y probarlo. Esta Marce siempre me anda liando, quién me mandará a mí… Vamos a ver: en la caja pone que tiene cinco velocidades y un botón de 4×4 para las que ya han ganado rallies. Yo despacito al principio que no quiero salir en las noticias. Además esto mide, a ojo, como dos manolos contentos, y es dorado así que lo mismo deja cerco verde.


El cuarto de baño es el sitio más seguro para empezar las prospecciones. Una vez echado el pestillo, me arrimo el vibrador a la juanola y lo pongo en marcha. Creo que he arrancado en 5ª porque el culo me rebota contra la taza del váter y los dedos de los pies me hacen “los cinco lobitos”. Acto seguido me sube un escalofrío desde el pomelo hasta la nuca que me quedo bizca y con la boca abierta.


Esto es una cosa loca de gustito, no puedo negarlo. Como el chorro de la piscina pero sin que las bragas te hagan pompas. Al final va a tener razón Marcelina.


– Luisi, ¿qué haces? – oigo gritar a Manolo desde el salón.

– Naaaaada – la voz también me vibra. Vibro toda.


Con el escándalo he debido despertarle, que ya es difícil. Me imaginaba que este chisme sonaría como el cepillo de dientes, no como la Black&Decker. Como venga me va a pillar con una pierna subida al lavabo, las bragas colgando del tobillo y agarrada al grifo del bidé para no volcar. Aquí desbrozando, fina y coqueta.


Cuando salgo del baño voy por el pasillo despatarrada como una iguana porque si junto las piernas el willywonka se va a poner a dar palmas. Qué tembleque llevo en todo el cuerpo. Manolo me sale al encuentro y me mira con cierta desconfianza, probablemente por la sonrisa de coneja de peluche que debo llevar en la cara.


– ¿Estás bien?

– Yo divinamente.

– No estarías taladrando los azulejos…

– No, los azulejos no – me da la risilla tonta.

– Qué es eso que tienes ahí.

– La baticao.

– Luisi…

– Oye, Manolo, que digo yo que a ver si aprendes a meterla tiritando.

– A ti te tiene que ver un especialista, te lo digo de verdad.

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