Yo ya no lloro. José Hierro
Yo ya no lloro, excepto por aquello que algún día me hizo llorar:
los aviones que proclamaban que todo había terminado;
la estación amarilla diluida en la noche
en la que coinciden, tan sólo unos instantes,
el tren que partía hacia el norte y el que partía hacia el oeste y jamás volverán a encontrarse; y la voz de Juan Rulfo: «diles que no me maten»; la malagueña canaria; y la niña mendiga de Lisboa que me pidió un «besiño».
Yo ya no lloro.
Ni siquiera cuando recuerdo lo que aún me queda por llorar.
José Hierro
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