La violencia pasiva: heridas profundas que parecen superficiales


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Hablar de violencia pasiva no deja de ser paradójico. Lo violento nos remite a una posición activa, así que, en principio, serían dos conceptos excluyentes. Sin embargo, en la vida cotidiana tratamos una y otra vez con personas que sin levantar la voz, ni decir palabras fuertes o hirientes, nos hacen sentirnos agredidos. También hay situaciones que operan de la misma manera.

Quien es víctima de la violencia pasiva siente un malestar indefinible y una irritación sorda. A la vez, suele convertirse en un agente del mismo mecanismo. Esto no solo le ocurre a las personas individualmente, sino también a los grupos.


“Solo hay dos fuerzas en el mundo, la espada y el espíritu. A largo plazo, la espada siempre será conquistada por el espíritu”.


-Napoleón Bonaparte-

La violencia pasiva, o conjunto de actitudes pasivo-agresivas, puede definirse como una fuerza inconsciente. Es el resultado de la incapacidad o imposibilidad para resolver un conflicto con la autoridad, en una o varias de sus diversas manifestaciones, o con una situación adversa. Hay un sentimiento de impotencia o indefensión que se convierte en resignación. Pero esa resignación está llena de rabia y frustración, que terminarán por manifestarse de forma indirecta.

Situaciones cotidianas de violencia pasiva

Los ejemplos más evidentes de violencia pasiva los encontramos en muchos adolescentes. El padre o la madre les dicen que pongan orden en su caos, por ejemplo, y ellos responden con un sonido como “¡Yaaaaa vaaa!” Después, nunca obedecen.

Con los más pequeños también es muy frecuente. Tienen una rabieta y, si no cedes finalmente a su capricho, se lanzan hacia atrás para hacerse daño (autolesionan). O, en otros casos, días después rompen la porcelana más cara de la casa “sin querer”.

Con los adultos, cómo no, también hay miles de ejemplos de violencia pasiva. Cuando le hablas a alguien y finge que no te escuchó. O cuando te lanzan una crítica mordaz, disfrazada de consejo o sugerencia. También cuando te ponen entre la espada y la pared y amablemente te piden que decidas. Y un largo etcétera.

La violencia pasiva y la autoridad

Por lo general, la violencia pasiva se incuba en situaciones que involucran relaciones de poder. Es precisamente ese poder el que suele impedir o limitar la expresión de los sentimientos agresivos. Por eso sobreviene una resignación artificiosa, que luego se traduce en violencia pasiva.

Las figuras de autoridad suelen ser un blanco constante de violencia pasiva también. Los padres en primera instancia, pero también los jefes, los maestros, los médicos, etc. A veces no detentan formalmente una posición de poder, pero tienen esa connotación para el otro. Como cuando uno de los miembros de la pareja tiene más control o incidencia dentro de la relación.

Esas figuras de poder también suelen dar lugar a diferentes episodios de violencia pasiva. Saben que quien está bajo su égida no tiene plena libertad para reaccionar a sus excesos. Como cuando el jefe te pide que trabajes solo una hora más cada día, por el bien de todos. O cuando tu pareja asegura que debe ayudarte porque tú solo no lo lograrías.

La violencia pasiva se ejerce generando culpa, descalificando, humillando o utilizando al otro, aunque indirectamente. A veces es muy difícil de detectar porque suele estar envuelta dentro de frases suaves y buenas maneras. Casi nunca es consciente.

El efecto de la violencia pasiva en los grupos humanos

Muchas conductas de violencia pasiva son transmitidas y alimentadas dentro de la sociedad. Como cuando vas por la calle y un mendigo te pide limosna. A veces no quieres o no puedes dar esa ayuda. Y sin más, el indigente te dice “Qué Dios lo bendiga”. En muchos casos en realidad no quiere que Dios te bendiga, sino que te cuezas en el infierno. Y ese es el mensaje que te da entre líneas.

Las conductas de violencia explícita o pasiva engendran respuestas en el mismo sentido. El jefe estresado consigue que algunos empleados se demoren mucho más en hacer sus tareas. El profesor autoritario motiva conductas de indisciplina, soterradas o no. La madre controladora puede dar origen a hijos caóticos. El político que compra votos alimenta de razón a ciudadanos que no pagan impuestos.

Lo más nocivo de estas conductas de violencia pasiva es que, al no ser explícitas, generan confusión y escapan más fácilmente de la conciencia. Cuando le reclamas al adolescente por no cumplir la orden, te dice “¡Ya te dije que ya va!” Si le dices a tu jefe que su apreciación es injusta, probablemente te recite alguna doctrina sobre la disciplina y la eficiencia. Y tu pareja puede victimizarse o mostrarse genuinamente sorprendida cuando le digas que te está tratando como a un idiota.

Hay que aprender a ponerle punto final a estos mecanismos de manipulación. Es importante tratar de cara los conflictos para que no motiven o alimenten este tipo de violencia. Eso no quiere decir que digas todo aquello que se te pase por la cabeza sin poner un filtro. Simplemente se trata de incrementar nuestra habilidad para comunicar, clara y serenamente, todo aquello que no nos gusta.

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