EL MITO FEMINISTA



Están ahí. Aunque tú no lo sepas. Porque ya no puedes identificarlas como antes. Y no es que vayan de incógnito, no… Es simplemente que al principio tenían que diferenciarse del resto para llamar la atención, para que reparasen en ellas, para que les hicieran caso y no las tomasen por una panda de chaladas necesitadas de un buen polvo.

Están ahí. A tu lado. En el trabajo. En la cola del súper. En el colegio, educando a tus hijos y a tus hijas. En la consulta del urólogo, metiéndote un catéter por el esfínter. En el gobierno. En la oposición. En los ayuntamientos. Y, si me apuras, hasta puede que las tengas en casa, a tu lado, en forma de hermanas, madres, hijas o incluso esposas, amantes, compañeras…

Sólo que ya no son como al principio. Ya no necesitan ir sin depilar. Ya no prenden fuego a los sujetadores. Ya no entonan soflamas subversivas. Ya no quieren darle la vuelta a la tortilla. Es más, nunca lo han querido. Han sido, como dicen los políticos, malinterpretadas. Sus actuaciones se han demonizado y nos las han pintado como el malvado lobo que quería despedazar al macho dominante. Pero nunca han pretendido eso. Nunca. Puedes creerme. Simplemente les tocó batallar en tiempos duros, cuando no podían abrir cuentas bancarias. Ni viajar en solitario. Ni comprarse un piso. Ni mandar a su marido a hacer puñetas por gastarse en vicio el presupuesto para alimentar a la familia. Sólo lloraban de rabia. Y en silencio. Y a escondidas. Porque eran tiempos en que cuando un hombre levantaba la mano a su mujer sería porque “algo habría hecho”. Y por eso después, cuando al fin las ventanas se abrieron, tuvieron que vestirse de panteras. Y afilar las garras. Y rugir, y expulsar del alma todo el dolor que durante décadas habían estado obligadas a ocultar. Y lucharon, sí. Lucharon. Pero no contra vosotros como creéis algunos. Lucharon contra sí mismas. Contra sus complejos y su culpabilidad. Contra esa cerrazón, esa tiranía ideológica que les había tabicado tantas puertas. Contra los cánones establecidos de una sociedad que las obligaba a cambiar la universidad por la cocina. Lucharon como fieras. Y lograron victorias que no eran sino actos de justicia, la recuperación de los derechos que les habían sido arrebatados.

No lucharon contra vosotros. No luchan contra vosotros. Eso es lo que pretenden que creáis pero no es cierto. Estáis muy equivocados. Y por eso ahora no sois capaces de identificarlas. Porque ya no tienen necesidad de vestirse de valquirias. Porque ahora luchan maquilladas, depiladas, encaramadas sobre vertiginosos tacones de aguja, enfundadas en vestidos ajustados, bellas y seductoras como huríes.
Pero no te engañes. Siguen siendo ellas. Sólo que ahora, además, son ellas mismas. Ahora han decidido perdonarse y aceptarse tal cual son: mujeres de una pieza, femeninas. Por eso te parecen tan normales. Porque ahora ya no necesitan disfrazarse para demostrarle nada a nadie. Y por eso pasan desapercibidas.

Pero están ahí. A tu lado. Ni detrás ni delante.

Como debe ser.

Mina Cb

hulya ozdemir ilustraciones

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