El mejor regalo.

       El mejor regalo que alguien nos puede hacer, son los posos que deja en nuestra vida. Es descubrir en el bolsillo de la memoria sonidos, palabras, imágenes, momentos que uno encadena; pequeños trozos de papel que atrapamos en el aire, y que rescatamos de la condena del olvido. Es mirar lo mismo desde unos zapatos distintos, dejarse impregnar por otros aromas, por otras culturas, por otros mundos.


      

Es acceder a que alguien nos coja la mano y nos arrastre hacia su espacio, nos lleve por sus veredas y túneles subterráneos, nos muestre sus desiertos y sus paraísos, sus heridas de guerra y sus precipicios. Es permitir que nos dibuje su camino con sus destierros y sus reconquistas, que vaya tranzando pinceladas a su ritmo, con sus pinceles, que borre y repinte cuando lo crea necesario, que nos haga cómplices o simples espectadores de su obra. Pero sobretodo, que no deje de ser uno mismo, que sea leal a sus principios, que sea autentico.


      Tal vez lo más importante sea eso, cuando el relato llega a su final o, simplemente, a un punto y a parte, cuando las luces brillantes se atenúen, y el discurso camine hacia el silencio. Quizá entonces, descubramos en el fondo de la taza, diminutas partículas… Pequeñas bolitas de ámbar donde quedaron atrapados los momentos y la esencia de las personas: lo que son, y lo que nosotros somos gracias a ellas… 


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