Dalits, en el sistema de castas de la India, paria, intocable.
El 29 de septiembre de 2006, los habitantes de Khairlanji, en el estado de Maharashtra, en la India, decidieron hacer justicia: restaurar el orden, poner las cosas en su sitio, donde quiere la tradición, vengar el agravio que suponía la presencia de la familia Bhotmange, decidieron limpiar el pueblo. Sin duda, Surekha Bhotmange tenía derecho a comprar un terreno y vivir allí con su familia, pero no se trataba de la ley, sino de la justicia. Bhotmange era una dalit, una intocable. La asamblea local prohibió que la casa se conectara a la red eléctrica, prohibió que se construyese con ladrillo, prohibió que los Bhotmange regasen su tierra con el agua del canal y les prohibió beber del pozo comunal. Hubo también agresiones directas, cuya violencia fue aumentando. Surekha las denunciaba puntualmente a la policía —que no encontraba motivos para hacer nada. En una última ocasión, Surekha exigió que hiciese comparecer a los agresores. Y esa fue la gota que derramó el vaso.
Por la noche, mientras el padre estaba fuera, los vecinos rodearon la casa e hicieron salir a la familia: castraron a los dos niños, Sudhir y Roshan, y violaron repetidamente a Surekha y su hija Priyanka, de 17 años. Mataron a golpes a todos y arrojaron los cadáveres al canal. Los tribunales no supieron castigar a nadie por el crimen.
La violencia contra los dalits es cotidiana. Según las estadísticas, hay alguna clase de agresión contra un intocable cada quince minutos: golpes, asesinatos, violaciones. Y no se cuentan las humillaciones a las que son sometidos, no se cuenta a los que se obliga a caminar desnudos o a comer mierda.
El Estado se ha hecho cargo, sin muchos resultados. La discriminación de los dalits no tiene existencia legal, pero se sostiene por la fuerza de la costumbre. En 2013, por ejemplo, se pensó que era necesaria una ley sobre la limpieza de las vías de ferrocarril. El problema es el siguiente: cada día circulan por el territorio de la India 14 300 trenes, que transportan a 25 millones de pasajeros a lo largo de una red de 65 000 kilómetros; en esos trenes hay aproximadamente 172 000 excusados de descarga abierta, que arrojan los excrementos sobre la vía. Quienes se ocupan de la limpieza son dalits, que tienen que recoger los desechos con las manos. La ley de 2013 era para prohibir que se recogiera manualmente. Pero a la compañía le resulta mucho más barato y más práctico que las cosas se sigan haciendo como siempre, y los dalits necesitan algún trabajo —en realidad, casi cualquier trabajo.
El sistema de castas, y en particular el destino de los intocables, es el lado oscuro del hinduismo. No es un régimen de desigualdad, sino una jerarquía de pureza hereditaria, que se define fundamentalmente por la ocupación. La estructura básica es el sistema de los cuatro varna: brahmanes, kshatriyas, vaishyas y sudras, que se dedican a las tareas del espíritu, de la guerra, del comercio o que trabajan con sus manos. Pero fuera del sistema de los varna están los intocables, para los que también hay una jerarquía, según contamine el contacto, la sombra o la sola cercanía (intocables, invisibles, inaproximables).
En el orden tradicional, l l 29 de septiembre de 2006, los habitantes de Khairlanji, en el estado de Maharashtra, en la India, decidieron hacer justicia: restaurar el orden, poner las cosas en su sitio, donde quiere la tradición, vengar el agravio que suponía la presencia de la familia Bhotmange, decidieron limpiar el pueblo. Sin duda, Surekha Bhotmange tenía derecho a comprar un terreno y vivir allí con su familia, pero no se trataba de la ley, sino de la justicia. Bhotmange era una dalit, una intocable. La asamblea local prohibió que la casa se conectara a la red eléctrica, prohibió que se construyese con ladrillo, prohibió que los Bhotmange regasen su tierra con el agua del canal y les prohibió beber del pozo comunal. Hubo también agresiones directas, cuya violencia fue aumentando. Surekha las denunciaba puntualmente a la policía —que no encontraba motivos para hacer nada. En una última ocasión, Surekha exigió que hiciese comparecer a los agresores. Y esa fue la gota que derramó el vaso.
Por la noche, mientras el padre estaba fuera, los vecinos rodearon la casa e hicieron salir a la familia: castraron a los dos niños, Sudhir y Roshan, y violaron repetidamente a Surekha y su hija Priyanka, de 17 años. Mataron a golpes a todos y arrojaron los cadáveres al canal. Los tribunales no supieron castigar a nadie por el crimen.
La violencia contra los dalits es cotidiana. Según las estadísticas, hay alguna clase de agresión contra un intocable cada quince minutos: golpes, asesinatos, violaciones. Y no se cuentan las humillaciones a las que son sometidos, no se cuenta a los que se obliga a caminar desnudos o a comer mierda.
El Estado se ha hecho cargo, sin muchos resultados. La discriminación de los dalits no tiene existencia legal, pero se sostiene por la fuerza de la costumbre. En 2013, por ejemplo, se pensó que era necesaria una ley sobre la limpieza de las vías de ferrocarril. El problema es el siguiente: cada día circulan por el territorio de la India 14 300 trenes, que transportan a 25 millones de pasajeros a lo largo de una red de 65 000 kilómetros; en esos trenes hay aproximadamente 172 000 excusados de descarga abierta, que arrojan los excrementos sobre la vía. Quienes se ocupan de la limpieza son dalits, que tienen que recoger los desechos con las manos. La ley de 2013 era para prohibir que se recogiera manualmente. Pero a la compañía le resulta mucho más barato y más práctico que las cosas se sigan haciendo como siempre, y los dalits necesitan algún trabajo —en realidad, casi cualquier trabajo.
os intocables tenían prohibido emplear los mismos caminos que los cuatro varna, tenían prohibido beber en los pozos comunes, entrar a los templos, en algunos lugares tenían prohibido cubrirse el torso; a algunos se les obligaba a llevar una escoba atada a la cintura, para barrer sus propias huellas, otros tenían que llevar una escupidera colgada del cuello, para que recogiera su saliva. Y la idea del karma hacía que todo eso fuese justo: nacer intocable era padecer un castigo de por vida —un castigo merecido.
El más enérgico alegato contra el sistema de castas: erudito, profundo, abrumador, apareció publicado en 1936, obra de un intocable, Bhimrao Ramji Ambedkar —una de las más imponentes figuras intelectuales de la India en el siglo XX. El libro fue recibido con hostilidad, y tuvo a Gandhi entre sus críticos más ásperos. Gandhi pensaba que la sociedad india se había mantenido gracias al sistema de castas, pensaba que el principio de ocupación hereditaria es un principio eterno y que cambiarlo era introducir el caos. Desde luego, pensaba que a todas se les debía reconocer la misma dignidad, pero cada una en su lugar: recoger la basura es tan sagrado como el trabajo de los brahmanes —pero no son lo mismo.
Ambedkar organizó un movimiento de resistencia pacífica en Mahar para defender el derecho de los dalits de beber agua en el estanque comunal; tuvo en contra a Gandhi. Pidió que se crease una circunscripción electoral dalit, para que tuviesen una representación genuina, porque de otro modo eran minoría en todas las circunscripciones; tuvo en contra a Gandhi, que siempre le reprochó su falta de patriotismo: “Yo no tengo patria, dijo Ambedkar, ningún intocable puede sentirse orgulloso de esta tierra”.
B. R. Ambedkar fue ministro de justicia en el primer gobierno de la India. Fue obligado a renunciar cuando presentó una ley de divorcio, que además reconocía iguales derechos de propiedad a las mujeres, a las viudas y las hijas.
Fernando Escalante Gonzalbo
Ilustracion: Estelí Meza
Vía:nexos.com
Comentarios
Publicar un comentario