7 heridas emocionales que sufrimos de niños y persisten en la adultez
Las heridas emocionales si no se tratan, se enquistan
Los conflictos, traumas y decepciones que vivimos durante la infancia no siempre quedan en el pasado. De hecho, la mayoría de las veces esas vivencias que tanto daño nos hicieron en los primeros años de la vida determinan toda nuestra existencia. Esas experiencias terminan infligiendo heridas emocionales tan profundas que incluso cuando somos adultos nos sentimos como ese niño humillado, abandonado o asustado que fuimos una vez.
En este sentido, una serie de investigaciones realizadas en el McLean Hospital de Belmont, Massachusetts, revelan que el maltrato a una edad muy temprana, aunque tan solo se trate de abuso psicológico, tiene efectos negativos en el cerebro que se mantienen a lo largo del tiempo. De hecho, las víctimas de la ira, la vergüenza y las humillaciones a menudo desarrollan ansiedad, depresión, estrés postraumático, adicciones o se vuelven impulsivos.
Hoy sabemos que la falta de afecto en los primeros años de vida, así como estar sometidos a un gran estrés, provoca cambios en el cerebro que afectan tanto el aspecto bioquímico como la formación de algunas estructuras, entre ellas el hipocampo y la amígdala, ambas involucradas en las respuestas emocionales. Por tanto, en la actualidad la idea de Freud de que muchos de los problemas de los adultos pueden rastrearse hasta su infancia, no parece tan descabellada.
Huellas de la infancia que pueden marcar nuestra vida
1. Sentirse abandonado
Un niño necesita del apoyo y el cariño de otras personas para crecer. Solo a través de sus relaciones interpersonales, primero con sus padres y más tarde con otros miembros de la familia y amigos, podrá darle forma a una personalidad saludable y mantener un equilibrio emocional. Sin embargo, cuando un pequeño se siente abandonado, ya sea porque sus padres siempre han estado ausentes o porque no les han dedicado suficiente tiempo, desarrolla una gran inseguridad y temor ante la vida que mantiene incluso en la adultez. De hecho, la mayoría de las personas que fueron víctimas de abandono en su infancia suelen ser inseguras y dependientes emocionalmente ya que viven con un miedo constante a que les vuelvan a abandonar.
2. Ser humillado
Convertirse en el centro de críticas y comentarios negativos puede ser sumamente difícil para un niño, sobre todo si esas opiniones provienen de personas cercanas. De hecho, se ha demostrado que la sensación hiriente que genera la humillación puede llegar a ser similar a la que se experimenta cuando se sufre un dolor físico ya que ambas vivencias comparten los mismos circuitos cerebrales. Obviamente, si se trata de una situación que se repite continuamente, es probable que ese niño termine muy lastimado emocionalmente y que al crecer desarrolle una baja autoestima y se subvalore continuamente. Muchos de los adultos que fueron humillados de niños, ya fuera por sus padres, amigos o profesores, suelen ser personas retraídas, que les cuesta confiar en los demás y que no son capaces de valorar sus propias capacidades.
3. Ser presionado constantemente
Cuando pensamos en el abuso psicológico acude a nuestra mente la imagen de los gritos y la humillación pero lo cierto es que los niños muy susceptibles también pueden reaccionar muy mal ante la presión que les imponen los padres: la presión por alcanzar mejores calificaciones, por cumplir con todas sus actividades extraescolares y por ser un niño ejemplar. Arrebatarles la infancia, poniendo sobre sus hombros demasiadas responsabilidades que los niños no son capaces de cumplir solo puede generar frustración y la sensación de que no son lo suficientemente buenos, una sensación que puede perdurar en la etapa adulta y que lastrará enormemente sus potencialidades.
4. Sentirse traicionado
A nadie le gusta sentirse traicionado, pero cuando te traicionan siendo niño, la decepción es mucho más grande ya que durante la infancia no contamos con las suficientes herramientas psicológicas para hacerle frente a la frustración. Además, una gran traición puede generar en el niño la idea de que el mundo o las personas que le rodean son poco fiables, lo cual le convertirá en una persona desconfiada. De hecho, muchos de los niños que fueron traicionados durante los primeros años de su vida se transforman en adultos distantes y fríos, a los que les cuesta comprometerse emocionalmente con otras personas, de manera que crean un muro en sus relaciones interpersonales para no dejar que nadie se acerque.
5. Sufrir una injusticia
Desde que el niño es muy pequeño desarrolla el sentido de justicia y comprende cuándo los demás son justos con él y cuándo no. Obviamente, si se convierte en una víctima de injusticias constantes, crecerá siendo una persona insegura y desconfiada. Es probable que no se sienta merecedor de la atención de los demás, que perciba que nada de lo que hace vale la pena y empiece a tener una visión negativa de la vida. De adulto es probable que tenga problemas para establecer relaciones interpersonales saludables porque pensará que todos le tratarán mal, por lo que le costará confiar en ellos y darles un voto de confianza.
6. Ser invalidado emocionalmente
A medida que el niño crece, su abanico de emociones se va ampliando. Más allá de la tristeza y la alegría aparece el enfado, la angustia, la decepción, los celos… Ninguna de estas emociones es negativa, solo es necesario comprenderlas y canalizarlas. Sin embargo, cuando los padres niegan o hacen caso omiso de las emociones infantiles están transmitiéndole un mensaje muy claro: esas emociones no son aceptadas y, por tanto, se deben reprimir. Como resultado, es probable que ese niño, al convertirse en adulto, no sepa lidiar adecuadamente con sus emociones, que se comporte de manera indiferente o, al contrario, que sea extremadamente impulsivo.
7. Ser rechazado
Desde que el niño es muy pequeño empieza a buscar la aceptación de las personas que son importantes para él, sus padres. Se trata de una respuesta adaptativa que le hace sentir más seguro, confiado y, sobre todo, amado. Pero si sus padres le rechazan, se creará una herida muy difícil de sanar ya que el pequeño sentirá que no es digno de ser querido por los demás. En muchos casos el rechazo repercute negativamente en su autoestima, haciendo que de adulto se convierta en una persona que necesita continuamente la aprobación de los demás. De hecho, muchas de las personas que fueron rechazadas cuando eran niños suelen tener un gran miedo al fracaso y siempre están pendientes de las opiniones de los demás.
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