Populismo.


 Como se sabe, la esencia del sistema republicano radica en la necesidad de limitar al poder.

La sociedad se protege de la posibilidad de ser avasallada por la política a través de dos dispositivos principales: la independencia judicial y la libertad de prensa.

Esto constituye un problema enorme para el populismo, que por su naturaleza, es anti-republicano.


Para poder llegar a sus objetivos, el populismo necesita imperiosamente que el poder judicial y la prensa no sean independientes. Por esa razón, los fustiga permanentemente para devaluar su credibilidad.


Ademas, utiliza el sistema educativo para adoctrinar y no para impartir conocimiento. Es sabido que el populismo no es permeable en un pueblo culto.


Su capital político son los pobres, a quienes asisten económicamente, no para que salgan de la pobreza, sino para someterlos.


El populismo necesita que haya pobres para comprometer su voto con asistencialismo.



Entienden, mejor que nadie, la frase de Santo Tomás: "el que maneja la necesidad, maneja la libertad".


Sus líderes son siempre carismáticos y cuentan con una gran oratoria. Comunican una realidad ficticia, denominada "relato".


De esa manera, reinventan la historia, propagan mentiras y omiten verdades.


La "Patria" son ellos. Los que se oponen a su proyecto, son tildados de "gorilas", "imperialistas", "oligarcas", "cipayos" o "vende patria".


Si algo sale mal, la culpa siempre la tiene el otro, que puede ser la oposición, los medios concentrados, los empresarios, las multinacionales, las potencias extranjeras, el FMI, etc.


Odian a Estados Unidos, pero mandan a sus hijos a estudiar allí y compran propiedades en ese país.


Ponen trabas para que el pueblo no pueda comprar dólares, pero todos sus ahorros estan en esa moneda.


Su cinismo no tiene límites. Los populistas no tienen vergüenza. Tampoco escrúpulos.


Pueden criticar sin piedad a un juez, a un político, a un religioso, a un empresario, a un periodista o a un ciudadano común, si manifiestan desacuerdo con sus ideas.


Desmienten las verdades. Cuestionan lo evidente. Y cambian de opinión según su conveniencia.


Declaran estar en contra de la "meritocracia", sin darse cuenta que, de esa forma, evidencian la inferioridad de los valores que pregonan.


Se victimizan ante cualquier opinión adversa. Y no tienen compasión cuando alguien les pide rendir cuentas.


No tienen adversarios. Ven a todos como enemigos. Sus actos demuestran que, para ellos, política y piedad son incompatibles.


Consideran que los recursos del Estado deben estar al servicio del grupo que gobierna. Este principio se vuelve extremo cuando se trata de "la caja", que es la esencia del mando. Como el poder reside en el dinero, lo único que cabe con el adversario es recortarle los recursos.


Sus premisas se basan en tres axiomas. Es decir, tres verdades que no requieren ser demostradas:

Cualquiera sea la discusión, a priori, la razón está siempre del lado de los que tienen menos. Aunque no lo esté.

Cualquiera sea la discusión, a priori, lo nacional es superior a lo extranjero. Aunque no lo sea.

Cualquiera sea la discusión, a priori, el Estado siempre tiene una solución mejor que el sector privado. Aunque no la tenga.

La escritora Gloria Alvarez, ha dado conferencias en distintos países, y en cada una sostuvo que "el debate político ya no es entre derechas e izquierdas, sino entre populismo y república".


"El populismo se encarga de desmantelar las instituciones poco a poco, modificar las constituciones, cambiar códigos y leyes y, sobre todo, restringir las libertades de los ciudadanos".


"Sus líderes se encargan de insertar en la sociedad odio al anti-pueblo, que son todos aquellos que se oponen a sus métodos".


"El programa populista se completa con la idea de satisfacer las necesidades sociales y publicitarlas de tal manera que es el líder quien cura todos los males".


"Con ese objetivo, incrementan el gasto público, multiplican el empleo estatal, suben las dádivas, los subsidios y las bolsas de comida".


"Para poder financiar todo eso que ellos regalan o que dicen que son gratis aumentan los impuestos desproporcionadamente, ahuyentando las inversiones, lo que ocasiona más desempleo, más pobreza y mas miseria".


"Como todo eso no alcanza, los populistas aumentan la deuda pública y emiten billetes descontroladamente, lo que provoca inflación, que termina pulverizando el ahorro de aquellos que dicen defender".


"Así, con la economía colapsada y el desánimo popular, crean el ambiente propicio para las expropiaciones, la censura de toda voz crítica y la mano dura. Esto fue lo que paso en Venezuela".


"El resultado nefasto de esta metodología deriva en un pueblo cada vez más pobre, con más controles y con menos libertades. El populismo ama tanto a los pobres que los multiplican".


Por su parte, el historiador Enrique Krauze, profundizo el estudio de este tema y definio 10 rasgos distintivos de esta forma de hacer politica, a las que llamó "Decálogo del populismo". Son los siguientes:


1) El populismo exalta al líder carismático. No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo.


2) El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella. La palabra es el vehículo específico de su carisma. El populista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, "alumbra el camino" y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios.


3) El populismo fabrica la verdad. Los populistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino "Vox populi, Vox dei". Pero como Dios no se manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno "popular" interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial y sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla.


4) El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es su patrimonio privado, que puede utilizar para enriquecerse o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, o para ambas cosas, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o incomprensión de los gobiernos populistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse.


5) El populista reparte directamente la riqueza, pero no lo hace gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia. Y al final ¿quién paga la cuenta? Las reservas acumuladas en décadas, los propios obreros con sus donaciones "voluntarias" y, sobre todo, la posteridad endeudada, devorada por la inflación.


6) El populista alienta el odio de clases. Aristóteles decia que "Las revoluciones en las democracias son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos". El contenido de esa "intemperancia" fue el odio contra los ricos; "unas veces por su política de delaciones y otras atacándolos como clase, los demagogos concitan contra ellos al pueblo". Los populistas latinoamericanos corresponden a la definición clásica, con un matiz: hostigan a "los ricos" (a quienes acusan a menudo de ser "antinacionales"), pero atraen a los "empresarios patrióticos" que apoyan al régimen. El populista no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a su favor.


7) El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. El populismo apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece "Su Majestad El Pueblo" para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra "los malos" de adentro y afuera. "El pueblo", claro, no es la suma de voluntades individuales expresadas en un voto y representadas por un parlamento; ni siquiera la encarnación de la "voluntad general" de Rousseau, sino una masa selectiva y vociferante.


8) El populismo fustiga por sistema al "enemigo exterior". Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen populista (más nacionalista que patriota) requiere desviar la atención interna hacia el adversario de afuera.


9) El populismo desprecia el orden legal. Hay en la cultura política iberoamericana un apego atávico a la "ley natural" y una desconfianza de las leyes hechas por el hombre. Por eso, una vez en el poder, el caudillo tiende a apoderarse del Congreso e inducir la "justicia directa" ("popular", "bolivariana"). El populismo busca depurar, a su conveniencia, el Poder Judicial.


10) El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal. El populismo abomina de los límites a su poder, los considera aristocráticos, oligárquicos, contrarios a la "voluntad popular".


La pregunta es entonces; ¿Por qué renace una y otra vez en Iberoamérica la mala yerba del populismo? Las razones son diversas y complejas, pero sobresalen dos. En primer lugar, porque sus raíces se hunden en una noción muy antigua de "soberanía popular" que los neoescolásticos del siglo XVI y XVII propagaron en los dominios españoles, y que tuvo una influencia decisiva en las guerras de independencia desde Buenos Aires hasta México.


El populismo tiene, por añadidura, una naturaleza perversamente "moderada" o "provisional": no termina por ser plenamente dictatorial ni totalitario; por eso alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu público.


Desde los griegos hasta el siglo XXI, pasando por el aterrador siglo XX, la lección es clara: el inevitable efecto de la demagogia es "subvertir la democracia".


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