Louis Armstrong.
¡Qué hermoso era el sonido de la trompeta
Cuando el músico contuvo el aliento
Y el aire de todo el Universo
Entró por aquel tubo ya libre
de obstáculos!
Qué bello resultaba el estremecimiento
producido por el roce
de los huracanes contra el metal,
de cálidos
vientos del Sur, y luego del helado
austral, que dio la vuelta al mundo.
El viento solano llegó lleno de luz
salpicando de sol y de verano.
El siroco dejó un poco de arena,
y el mistral
era casi silencio,
igual que los alisios.
Pero escuchad,
escuchad todavía
el ramalazo,
la poderosa ráfaga
y deja
sobre la piel
la húmeda caricia del salitre.
Un grito agudo interrumpió la melodía.
El artista, extrañado,
agitó su instrumento,
y cayó al suelo, yerta, rota,
una brillante y negra golondrina.
Ángel González, Tratado de urbanismo
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