No queremos iluminación de Navidad.
Millones y millones de euros para ensalzar un simulacro de paz, amor y felicidad en un país que anda a palos unos contra otros, que desata su odio a la primera de cambio y donde millones de familias lloran de desesperación en sus casas, en albergues o en la puta calle. A lo mejor es llegado el momento de dejarnos de cuentos, o de cambiarlos y comenzar a explicarles a los niños que si no hay luces, es porque otros niños más pobres las han necesitado para alumbrarse.
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