Monet.












 Monet amaba los nenúfares, casi se podría decir: un amor platónico y obsesivo.

"Los Nenúfares" no es una pintura de Monet, sino una serie completa sobre el tema. Durante su vida, este genio impresionista pintó cientos de obras protagonizadas por nenúfares. ¡Más de 250!. Pero era tanto su interés que curiosamente, los nenúfares que pintaba los cultivaba él mismo en los estanques de su jardín.

Monet vivió casi toda su vida adulta en el pueblo francés de Giverny. Allí alquiló una casa en la que empezó a vivir en 1890, inspirado por la belleza de la localidad. Dentro de los muros de su propiedad, lo más preciado para Monet era, sin duda, su jardín, que pronto se convirtió en su gran hobby, al punto de hacerlo parte de su obra pictórica.

Pero, por suerte el artista era un rebelde, ya que éstos cuadros no existirían si Monet hubiera obedecido al Consejo de la ciudad. 

El pintor importó nenúfares para su jardín procedentes de Egipto y América del Sur, lo que enojó a las autoridades locales, que le exigieron eliminar las plantas antes de que invadieran las especies locales. Pero, no obedeció y alli están los cuadros.

Esta serie fue la mayor obsesión de Monet en sus últimos años de vida.

Incluso cuando las cataratas empezaron a amenazar su visión. El artista declaró sobre lo que él llamaba sus “paisajes acuáticos”: “Un instante, un aspecto de la naturaleza lo contiene todo”.

Pero hagamos un stop aquí, para vincular la obra de Monet con el origen mitologico de los nenúfares. En distintas culturas, como la India o Judía hay leyendas y mitos sobre nenúfares y  obviamente la griega.

Se cuenta que , irritado de los desprecios de la diosa Diana, Cupido tomó un día sus flechas, montó su arco, tomó una de ellas y la apuntó al corazón de Diana. La flecha voló a su blanco, pero no hirió a Diana, quien en un rápido movimiento logró esquivarla. Sin embargo, la flecha atravesó el pecho de Ninfea, una de las ninfas de Diana.

Ninfea quedó así enamorada, y su corazón experimentó lo que nunca antes había sentido; un ardor desconocido que la consumía. Se debatió entonces entre un deseo ciego y el pudor. Maldijo las leyes austeras, y amargamente se quejó del yugo que le imponía la necesidad. Trató dentro de sí de arrancar la flecha, pero no pudo. Lanzando gemidos y quejas se lanzó a los bosques. «¡Oh, pudor! -exclamó-; tú, el más precioso y más bello adorno de una ninfa sagrada; si mi espíritu es culpable para contigo de un sentimiento vivo que te ofende, mi cuerpo todavía está inocente; que sea suficiente esta víctima para tu cólera excelsa; que esta sensación me lave de un crimen que concebí para mi pena, y que mi voluntad con horror detesta.» Así dijo, y levantando al cielo sus ojos, anegados de lágrimas, se precipitó a las aguas. 

Sus compañeras mientras tanto la buscaban. Las driades finalmente la encontraron. Diana deploró el horrible destino de Ninfea, pero no permitió que su cuerpo se sumergiera. Sobre las ondas del agua, lo hizo flotar, y lo convirtió en la flor que lleva por nombre nenúfar, de una blancura brillante, con un tallo majestuoso de anchas hojas verdes. Desde entonces, las aguas que rodean al nenúfar son tranquilas y calmas.

Quiso Diana que, puesto que Ninfea había calmado los fuegos de la pasión del hijo de Venus en el frío elemento del agua, así mismo el nenúfar tuviera la propiedad de calmar, y de embotar los sentidos para no entregarse a los ardores de la voluptuosidad.

Desde ese tiempo, las ninfas no temen ya a las flechas de Cupido, pues el humilde nenúfar las protege y les sirve como antídoto a los ataques del Amor.

Continuando con la obra de Claude Monet,  la serie Nenúfares no fue bien valoradas por la crítica de la época. Se consideraron desordenadas y fruto de la visión borrosa de Monet, más que de una visión creativa propia de un artista.

El surgimiento del expresionismo abstracto resucitó el interés por los Nenúfares. Dos décadas después de la muerte de Monet, en 1926, su serie siguió siendo ignorada. Pero en la década de 1950, los conservadores de arte redescubrieron la obra de Monet en su estudio. En 1955, el Museo de Arte Moderno compró su primer Monet de esta serie, y rápidamente se convirtió en uno de los cuadros más famosos del museo.

En 1958, el MOMA sufrió un terrible incendio, dañando algunas obras que quedaron irrecuperables, entre ellas algunas de Monet.

La ferviente pasión del artista por los lienzos, a veces se convertía en violenta frustración. En 1908, Monet destruyó 15 de sus Nenúfares, justo antes de que fueran exhibidos en la galería Durand-Ruel en París. Al parecer, el artista estaba tan descontento con las pinturas que decidió destruirlas.

Con sus cuadros de Nenúfares pretendía “crear un refugio de meditación”. En 1918, Monet completó una serie de 12 pinturas con las que él pretendía llenar las paredes de una habitación, creando “la ilusión de un todo sin fin”.

Monet celebró el final de la Primera Guerra Mundial con nenúfares. Al día siguiente del Día del Armisticio, en 1918, Monet prometió a su patria un “monumento a la paz” en forma de enormes pinturas de nenúfares.

Entonces realizó, hacia el final de su vida, un mural de tres piezas o tríptico titulado Water Lilies (Lirios de Agua o Nenúfares) en técnica de óleo sobre tela. Cada uno de los tres segmentos mide 2 metros de alto por 4.2 de ancho. La obra en su totalidad tiene una longitud de 12 metros por lo que para apreciar la obra a detalle hay que caminar a su lado algunos pasos y así recorrer la marcada horizontalidad de su formato. A medida que nos movemos frente a este estanque, pareciera que estamos flotando encima de la superficie y es el movimiento el que nos permite ir descubriendo el misterio de las capas: lo que revelan y lo que cubren está en constante cambio según la posición del espectador, creando así en un sólo instante de observación, la paradoja de esta imagen: la luz y su reflejo fragmentado cientos de veces y la insospechada profunda oscuridad del estanque.

Obras pertenecientes a la serie Nenúfares de Monet.


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