Por qué ha sido tan frágil la amistad entre hombres y mujeres.

 

    “¿Por qué ha sido tan rara y difícil la amistad entre hombres y mujeres? Se suele responder que es debido al sexo. Pero eso equivale a olvidar que tampoco ha sido fácil la amistad entre hombres. La primera amistad de la que haya noticia histórica, la existente entre los babilonios Gilgamesh y Elkidu, en torno al 2.000 a.C. tuvo pronto problemas, pues sus temperamentos eran demasiado diferentes. Elkidu era un «hombre salvaje». Ambos tuvieron que negociar antes de ponerse de acuerdo en partir juntos «para limpiar el mundo del mal». Lo que ha desbaratado la amistad no ha sido tanto el sexo cuanto el miedo a la gente diferente.


          En 1936, los norteamericanos aclamaron la obra de Dale Carnagie Cómo hacer amigos e influir sobre las personas como la solución para sus frustraciones. En dos décadas se vendieron cinco millones de ejemplares. Fue casi como una segunda Biblia, pues aunque no abría las puertas del cielo, enseñaba a llamar a las de desconocidos y conseguir que no las cerraran en las propias narices.

          Carnegie (1888-1955) era un viajante de comercio contrariado por su baja estatura que triunfó de su desgracia dando clases nocturnas sobre el arte de hablar en público. En un país de inmigrantes, descubrió que lo que hacía que las personas se retrajeran era su miedo a pasar por tontas cuando abrían la boca. Sus recetas eran simples: sonría, no discuta nunca, no diga jamás a nadie que está equivocado, no critique nunca, sea un Buen Chico. No sea distinto de los demás, y los demás serán amigos suyos. En otras palabras, no sea Ud. mismo: el gran obstáculo  para la amistad era la desgracia de que las personas fueran diferentes y no hicieran lo suficiente para ocultarlo. Luego, Carnegie escribió un libro donde decía que aquello mismo se podía aplicar a las mujeres –Como ayudar a su marido a avanzar en su vida social y profesional;  también ellas debían aprender a representar un papel–. De acuerdo con el principio de que la cura más sencilla contra el miedo era pasarte a otro miedo, sustituyó el miedo a hacer el tonto por el miedo a ser descubierto.


          En el remedio de Carnegie no había nada específicamente americano. Shakespeare escribió que la amistad es «sobre todo ficción». Los norteamericanos eran, como los europeos, medio cristianos y medio paganos e inequívocamente paganos en su devoción por el éxito y su tolerancia tácita de la insinceridad. Quienes acusaron a Carnegie de predicar la hipocresía no le impresionaban: si lo que los norteamericanos querían era el éxito, les estaba mostrando cómo conseguirlo; sus pensamientos personales no le concernían. De hecho, durante la mayor parte de la historia, la amistad no ha tenido nada que ver con el afecto. El amigo solía ser, ante todo, un protector o alguien útil a quien se vendía la propia fidelidad a cambio de favores mientras duraran estos favores. Los antiguos romanos, que llamaban amigo a casi cualquiera con quien tuviesen un trato, no se avergonzaban de dividir los amigos en tres categorías: aquellos a quienes acogían en sus casas, aquellos a quienes permitían entrar en el patio abierto frente a sus hogares, agrupados allí para el saludo matutino, y los clientes modestos que aguardaban fuera vigilados por los sirvientes.


          En el mundo no escasean los ideales sino los métodos para impedir que se conviertan en algo vergonzoso, en mentiras. En la Italia actual, dice Francesco Alberoni, el experto en amistad de ese país, la palabra «amistad» tiene todavía cierta connotación de chalaneo, de compra de privilegios bajo mano. De hecho, donde quiera que el ascenso personal ha dependido de conocer a amigos de amigos, quererlos ha sido un lujo. Un especialista en adulación puede decir: «Es mi amigo y lo desprecio». Hasta hace muy poco ha habido que conquistar los servicios de los funcionarios estatales, los banqueros, los abogados, los dueños de los hoteles o los aseguradores como favor personal y pagarles por ellos con una parte de la propia independencia. Mientras la gente esté hambrienta de adulación, seguirá saboreando la agridulce receta de Carnegie. Mientras únicamente elijan a sus amigos entre quienes tienen poder, no tendrán elección”.

Vía:barbararosillo.com


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