Las brujas en la Historia.
Por Isabel Genovés Estrada
Desde Los ojos de Hipatia nos fijamos en la figura de la bruja a través del tiempo, cómo ha ido pasando de curandera, a ser un personaje siniestro, bello e incluso patético. Entre la variada tipología femenina desarrollada por el género fantástico, la bruja es uno de los personajes más significativos. Pero lo que yo quiero hacer es un recorrido por la historia de la bruja y el ideario colectivo.
Una de las diosas más antiguas de la magia en la antigüedad grecorromana es Hécate. Junto Artemisa la luna y Perséfone la diosa de los infiernos compañera de Hades a la fuerza, forman una triada mágica. Se considera a Hécate como la divinidad que preside la magia y los hechizos. Está ligada al mundo de las sombras. Se aparece a los magos y a las brujas con una antorcha en la mano o en forma de distintos animales, yegua, perra, loba, etcétera. Le es atribuida la invención de la hechicería. Hécate como maga, preside las encrucijadas, los lugares por excelencia de la magia. En ellas se levanta su estatua, en forma de una mujer de triple cuerpo o bien tricéfala, señalando sus tres edades, joven, madura y anciana. Estas estatuas eran muy abundantes, antiguamente, en los campos, en los cruces de caminos, y a su pie se depositaban ofrendas.
Otra maga del mundo antiguo es Circe, que no duda en utilizar su varita mágica para convertir en cerdos a los compañeros de Ulises en la Odisea de Homero, y ahí mismo ya la llaman bruja. Al igual que le pasa a Medea con los brebajes que prepara para Jasón. Los griegos nos regalan también a las Sibilas, eran seres mitológicos que vivían en grutas cerca de corrientes de agua. La primera Sibila es Herófila quien profetizó la Guerra de Troya, le siguieron diez más siempre llamadas por su lugar de origen.
John William Waterhouse Circe envidiosa de 1892
Durante muchos años la bruja era la única que se encargaba de la salud en los pequeños asentamientos. Es decir, curaba a sus convecinos y además solía ser la partera que los ayudaba a venir al mundo. Sus conocimientos se trasmitían oralmente de madres a hijas, eran grandes conocedoras de la naturaleza, de lo que ésta podía ofrecerles. Esta situación se mantuvo más o menos igual cuando de pueblos y ciudades se trataba.
Los grandes mandatarios, como emperadores, reyes, papas, nobles, etcétera, tenían médicos pero la gran masa de la población seguía consultando a estas curanderas, a las que respetaban con una mezcla de temor, las llamaban como a las hadas buena mujer o bella dama, pero cuando las cosas se torcían y sus conjuros y pócimas no sanaban se las llamaba brujas. Estas brujas a diferencia de Circe o Medea no mueven una varita mágica, sino que se valen de la naturaleza cercana a ellas.
Pero entonces, ¿cuándo empieza a cambiar la situación de las brujas en la sociedad? Frente a lo que se cree popularmente, no fue la inquisición española la que más hogueras prendió, sino la francesa. Y tampoco fueron los católicos los más perseguidores, sino los protestantes. Es en la Edad Media cuando la situación de estas mujeres cambia. La nueva concepción de la Iglesia cristiana, sólo Dios es capaz de curar el cuerpo y el alma, por lo tanto todo aquel que encamine sus prácticas a perseguir este fin será encarcelado, juzgado y ajusticiado. Son muy diversas las personas ajusticiadas en nombre de Dios, niños, niñas, hombres, mujeres, judíos, moriscos, profesionales de distintos ramos, condición, etcétera, pero me centro en las mujeres acusadas de brujería.
De sanadoras pasaron a ser envenenadoras, a considerarlas malditas, novias del diablo, vivían en lugares siniestros aislados, malditos, entre ruinas y escombros. El pueblo ignorante no conocía sus recursos y era maleable. El odio y la ignorancia mataban a cualquiera, por celos, por codicia, cualquier motivo desencadenaba una denuncia a la inquisición, con sus dominicos al frente con todo tipo de artilugios para sacar la verdad a relucir. Una verdad que bajo tortura era confesada, por supuesto.
Para la Iglesia, la mujer, inferior y lasciva, y por tanto proclive a placeres y venganzas, forzosamente está predispuesta a la brujería. Las condenaban por connivencia con el diablo. La brujería europea durante un tiempo se diferenció de la de los demás continentes, en que se convirtió en una especie de herejía religiosa y concernió más a las mujeres que a los hombres, ya que ellas fueron sospechosas de entregarse al diablo. Basándose en estos hechos, la Iglesia consiguió que el poder civil, entre 1450 y 1650, llevara a la hoguera a varias decenas de miles de mujeres.
Las brujas de Hans Baldung Grien de 1523
La inquisición fue legitimada desde 1199 pero creada oficialmente en 1231. Para llevar a cabo su labor contaban con equipos de dominicos moralmente irreprochables e intelectualmente bien armados, decididos a hacer cualquier cosa para salvar a la cristiandad. Parece ser que la inquisición no puede ser considerada responsable de la masacre de brujas, que se llevó a cabo en países situados fuera de la ribera del Mediterráneo. Dispuso de unos poderes judiciales muy limitados, su actividad purificadora cesó en la mayoría de países de Europa, excepto en España, Italia y Portugal, hacia 1500-1520, antes del gran auge de la quema de brujas en la hoguera a finales del siglo XVI.
Probablemente fueron las calamidades del siglo XIV, las hambrunas, la Guerra de los Cien Años, la gran peste de 1348 y sus replicas, las que desencadenaron y justificaron la guerra total contra los adeptos a la brujería. Ya no los perseguían uno a uno sino como si fueran bandas de malhechores, los ejecutaban en grupos de diez o veinte personas, acusaban más a brujas que a brujos.
El invento del mito de la bruja moderna se debe al dominico Hans Nider (1380-1438), creó un retrato robot, para ello mezcló tres o cuatro personajes ya conocidos, el eterno brujo, el hacedor de pactos, el comensal de una cena caníbal y las antiguas estriges volando en la noche. Añadió que la nueva figura de la brujería rendía un homenaje particular, de carácter sexual, al diablo.
El conjuro o Las brujas 1797-1798 Francisco de Goya y Lucientes
Sobre la capacidad sexual de las mujeres, los dominicos detallaban todos los sortilegios que empleaban para multiplicar o por el contrario, apagar la pasión erótica. Eran insaciables, de noche recibían la visita de sus amantes en forma de íncubos, en la misma cama donde estaban sus maridos que no se enteraban de nada.
Hubo un momento en que las mujeres eran tan sospechosas que les resultaba difícil vivir sin exponerse a alguna acusación. Todo parecía ponerlas en entredicho. No se necesitaba nada para ello, un gesto una presencia sospechosa bastaban para inculparlas de conspiración con el diablo. Acercarse demasiado a los niños o a los ancianos, y que después éstos cayeran enfermos, ser comadrona o consejera en asuntos amorosos y matrimoniales, ser demasiado guapa o demasiado fea, todo eso y muchas otras cosas podía ser visto como el resultado de un pacto con el diablo. Se llegó a acusar de brujería a mujeres que no iban muy a menudo a la iglesia, pero también a algunas que iban demasiado.
La edad de las presuntas brujas también tuvo sus variaciones. El estereotipo presentaba a una bruja muy arrugada. Las brujas solían ser mujeres ancianas. Pero también estaba la bruja joven y seductora. La bruja hermosa, que triunfó en la iconografía romántica de los siglos XIX y XX, aparece ya en obras del Renacimiento, como La Mala Mujer, de I. van Meckenen, o Las Brujas, de Hans Baldung Grien. Más prudente o más astuto, Alberto Durero mezcló ambas imágenes y mostró mujeres bastante bonitas, pero con enormes traseros, mezcla lo bello y lo feo, quizá poniendo de manifiesto con ello la confusión que se vivía en la época. La hechicera tenía que ser fea, puesto que estaba conchabada con horrendos y desfigurados demonios. Y además tenía que ser vieja ya que se necesitaba un largo aprendizaje. Se necesitaba tiempo para llegar a ser una bruja maestra. La inquisición empezó matando a las viejas y feas, pero después de un tiempo mataba a todas, la condición era ser mujer. Las mujeres viudas y casadas fueron las más condenadas, pero no se libraron las solteras ni las adolescentes ni tan siquiera las niñas.
Para saber si alguna mujer era bruja se practicaba la siguiente prueba, tiraban al río a la supuesta bruja, si salía a la superficie la quemaban y si se quedaba en el fondo era inocente. También buscaban las marcas del diablo, clavaban agujas en el cuerpo afeitado de la detenida, en todos los puntos que presentasen cualquier anomalía. En los lugares más íntimos, eran hombres, podían violar el pudor de las mujeres, como ejemplo:
“Prosiguiendo con nuestro deseo, hemos visitado las partes pudendas de la susodicha muchacha, en las cuales hemos encontrado los labios de la entrada del cuello de la matriz blandos, ajados y muy separados. Después, habiendo sondeado con los dedos la entrada del cuello de la matriz, lo hemos encontrado ancho, de manera que se pueden meter tres dedos de la mano izquierda sin mucha dificultad.
…en los músculos de la nalga del lado derecho, en cuya marca penetró una aguja de cuatro dedos de longitud… habiendo penetrado la susodicha aguja tan enteramente que en modo alguno se la pudo sacar”. Esto lo transcribe Guy Bechel en su libro Las cuatro mujeres de Dios. La puta, la bruja, la santa y la tonta.
Mediante la tortura se obligaba a las mujeres a reconocer los crímenes más espantosos. Después de estos interrogatorios no era posible liberarlas, estaban en un estado tan lamentable que muchas morían. Repetir la tortura estaba prohibido, pero los jueces y verdugos solían saltarse esa regla. También había distintos grados de tortura. Algunas torturas no estaban contempladas en la ley pero se hacían igualmente, como el tormento del agua que se practicó en Francia y en España, consistía en hacer tragar al preso dos veces nueve litros de agua. En Alemania algunas brujas fueron sumergidas en baños de ácido caliente. Todas estas torturas y las recomendaciones pertinentes eran dadas por los demonólogos que eran especialistas en demonología, estudiaban la existencia de entidades sobrenaturales maléficas. Los excesos de los Tribunales del Santo Oficio continuaron hasta el siglo XVIII en algunos lugares, como ocurrió en España.
La verdad es que la imagen tradicional que nos ha quedado de la bruja, y que ha perdurado desde la Edad Media es la de la bruja rural, aislada del mundo en su casa situada a ser posible en un bosque con todo lo de mistérico que implica. Sin embargo, los auténticos orígenes de la brujería parece que proceden de la pervivencia de tradiciones folclóricas que vienen de una antiquísima religión de extensión mundial que se remonta al Paleolítico. Los hombres y mujeres de los siglos XVI y XVII llegaron a creer que los aquelarres se celebraban físicamente, que realmente existía una auténtica secta de brujas y brujos, mucho más peligrosa que las figuras aisladas conocidas desde hacía siglos de las hechiceras o de las encantadoras. Los aquelarres fueron deformados por los jueces en sentido diabólico, pero en realidad, parece ser que estaban relacionados con un culto precristiano de la fertilidad.
Muchas de las personas torturadas y quemadas lo fueron como consecuencia de denuncias presentadas por rencillas personales con algún vecino, por la psicosis colectiva, por ser raras, o por tener una mente demasiado abierta para la época que vivían, que las hizo sentirse y mostrarse más libres de lo que sus contemporáneos estaban preparados para aceptar.
Sobre las brujas solamente tenemos los testimonios que nos han dejado sus jueces y verdugos. Sus voces a penas nos han llegado, por eso tenemos que ser cautos a la hora de desentrañar sus creencias y rituales.
Desde finales del siglo XIV el estereotipo de la bruja representaba una feminidad diabólica enemiga de la religión, se veía en ellas lo siniestro femenino. Además de representar una amenaza religiosa, se ocultaba en ella otro tipo de poder engañoso, maléfico y oculto de lo femenino, era el poder siniestro de lo doméstico, de la cocina y la medicina familiar, de las alianzas entre mujeres. Se movían en un ámbito tan cercano a todo el mundo como es el de la cocina, con sus cazuelas, sus herbarios más o menos conocidos por todos, incluyendo raíces con poderes especiales como la mandrágora. Ese ámbito familiar a todos que es una cocina, se convierte en el lugar donde la bruja fabrica sus brebajes, pócimas, ungüentos, además necesita realizar unos rituales para que sus conjuros surtan efecto. Lo que antes era una receta para curar un mal determinado, ahora se convierte en una pócima sanadora o quizás en un arma mortífera. Era normal la alianza entre mujeres, ellas se ocupaban de la salud de la familia, algo que parece no haber cambiado, ellas parían y paren a los hijos, necesitaban a la bruja con sus conocimientos. La bruja se convierte en un personaje siniestro, alguien a quien conocemos y necesitamos, pero al mismo tiempo nos angustia e incómoda nuestro desconocimiento de sus poderes. Lo siniestro es esa clase de sentimiento angustioso que se remonta a lo que conocemos desde hace mucho tiempo a lo que nos resulta familiar, (en este caso lo doméstico, encarnado en la cocina) por eso mismo nos suscita más angustia porque es conocido y familiar.
Pero la bruja donde nos parece más siniestra es en su faceta sexual. En el aquelarre aparece el otro yo de la bruja, se entrega al diablo, le fascina el sexo y el desenfreno. La bruja te atrae y te repele al mismo tiempo, es lo bello al servicio del mal, la imagen de la hechicera con rostros seductores. Es lo siniestro que se comprende como la presencia de lo ajeno, de lo desconocido y lo oculto que nunca debió desvelarse.
Esta imagen la encontramos en nuestro ideario colectivo, como es el caso de Maléfica la bruja de La bella durmiente o la Madrasta de Blancanieves y los siete enanitos. Son bellas y malvadas, son siniestras nos da miedo conocer su lado oscuro, y sin embargo nos atraen. Los pintores prerrafaelitas recuperan la figura de la bruja o hechicera, y la convierten en una femme fatale, lánguida rodeada de un halo de oscuridad y misterio.
Otra de las facetas de las brujas que pertenece a lo siniestro, es su capacidad de volar. Diremos que vuelan en su escoba, sin entrar en la controversia de si su viaje era extático, producido por el consumo de sustancias endógenas. Lo inquietante que puede ser saber que tú vecina bruja es capaz de volar con una escoba, de conocer los secretos más recónditos de la sociedad en la que vive, por eso a la hora de las brujas hay que encerrarse en casa y no salir. Cerrar puertas y ventanas para que ella no pueda entrar, pero tampoco, ver u oír. Saben que pueden volar, pero nadie ha visto a ninguna bruja volar en escoba, bueno siempre que no te hayan sometido a tortura.
El asco es una de las especies de lo siniestro, las brujas para elaborar sus pócimas, ungüentos, etcétera utilizan patas de araña, ancas de rana, alas de murciélago, piel de serpiente, excrementos de no sé qué bicho, y muchas cosas más. Son animales que podemos ver normalmente, pero utilizados de forma y para algo que no es lo normal, así sacados de su contexto su utilización nos da asco y nos sobrecoge. La magia nos mantiene expectantes.
Pero para que podamos aplicar o rastrear la categoría estética de lo siniestro, tendremos que recordar que desde la antigüedad grecorromana, lo bello era armonía y proporción. Es Kant en la Crítica del juicio, quien desarrolla la categoría de lo sublime, lo que provoca es la extensión de la estética más allá de la categoría limitativa y formal de lo bello. Kant nos abre los ojos a la naturaleza, y son los románticos los que continúan en esa línea. Con Kant el sujeto toma conciencia de esa naturaleza desordenada y caótica, que le excede y sobrepasa. Toma conciencia de su insignificancia física, con la reflexión sobre su superioridad moral, a través de su conocimiento de lo infinito. El sentimiento de lo sublime se mueve en la ambigüedad entre el dolor y el placer.
Para Freud lo siniestro sería: “aquella suerte de sensación de espanto que se adhiere a las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás” frase de Eugenio Trías en su libro Lo bello y lo siniestro. Se da la sensación de lo siniestro cuando algo sentido y presentido, temido y secretamente deseado por el sujeto, se hace, de forma súbita, realidad. Lo que produce el sentimiento de lo siniestro es la realización de un deseo escondido, íntimo y prohibido.
Para terminar voy hacer mención de una película Sleepy Hollow de 1999 dirigida por el rey de lo siniestro en nuestros días Tim Burton. Entre el elenco de actores destacar a Johnny Depp, Christina Ricci, Miranda Richardson y Christopher Walken. La película está basada en un relato de terror escrito por Washington Irving en 1820 La leyenda del jinete sin cabeza. No voy a relatar la película, sino lo que me interesa resaltar, que es lo siguiente, en ella nada más y nada menos se nos muestran cinco tipos de bruja, que son: una vidente que proporciona el futuro, vive en una cueva alejada de la civilización es siniestra, y además feísima, dos brujas buenas, la madre del protagonista y la enamorada del mismo, otra bruja buena que ejerce de partera y curandera y por fin la bruja mala malísima, encarnada por Miranda Richardson que es la que controla al jinete sin cabeza, es bella, seductora y siniestra hasta el final, cuando desciende a los infiernos lo último que ve el espectador de ella es una mano que sensualmente le reclama hacia ella. Es una de esas películas que ves la primera vez y no te llama excesivamente la atención, tienes que ir viéndola más veces para ir sacando todo el jugo a la cinta. Los personajes femeninos son inquietantes y muy siniestros. Hacía el final de la película hay un homenaje a los prerrafaelitas, la bruja mala lleva un espectacular vestido tomado de uno de sus cuadros.
Sidonia von Bork 1860 de Sir Edward ColeyBurne-Jones
Este es el vestido que luce Miranda Richardson en la película Sleepy Hollow.
Bibliografía Consultada:
BECHTEL, Guy, Las cuatro mujeres de Dios. La puta, la bruja, la santa y la tonta, Barcelona, Ediciones B, 2001.
CARO BAROJA, Julio, Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza, 1968.
DE CASTRESANA, Luis, Retrato de una bruja, Barcelona, Planeta, 1970.
MICHELET, Jules, La bruja, Madrid, Akal, 1987.
TRÍAS, Eugenio, Lo bello y lo siniestro, Barcelona, Ariel, 2001.
http://club.telepolis.com/meugenia1/las_brujas.htm
Enlaces de interés:
EL PROCESO A LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI
Uuuf que panzon de leer me he pegao, mereció la pena algunas cosas no sabia, 🌻🌻🌻🌻🐝
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