La Lechera (Het melkmeisje), 1660

Johahannes Vermeer Rijksmuseum

“La Lechera” es uno de esos cuadros en que la autoría de Vermeer no ha sido puesta en duda. Sus reducidas dimensiones (apenas 44,5 cm × 41 cm) lo evidencian como un cuadro destinado a la decoración de un ambiente pequeño. Pero estas dimensiones tan reducidas nos hacen maravillarnos aún más por la capacidad de este artista de recrear cada elemento y el conjunto con tan increíble detalle y luz. Seguramente utilizó pinceles muy finos y delgados y quizás también usó algún lente de aumento para trabajar; en Holanda se especializaban en construir estos artefactos por esa época. En el cuadro hay tres componentes básicos: la mujer, evidentemente una criada que está vertiendo la leche de una jarra y está ubicada en el centro geométrico, el bodegón compuesto por los artefactos que hay sobre la mesa y colgados de la pared y la esquina de la habitación en donde se desarrolla la escena. Pero es la armonía de azules y amarillos (colores complementarios, es decir, que vibran cuando se combinan) bajo la luz que penetra por la ventana la verdadera protagonista de esta gran obra maestra. Ya sólo cualquier parte del cuadro podría ser una maravillosa obra de arte, pero en combinación es inmensamente más enriquecedora. Maravilla la tersura de la leche que está cayendo de la jarra, podemos apreciar sus cualidades texturales y hasta su pastosidad. ¿Cuántas veces tuvo Vermeer que pedirle a alguien que derramara esa leche enfrente de él para captar con tanta verosimilitud y riqueza de textura su cualidad líquida?. En verdad, ninguna foto, por detallada y clara que pudiera ser, le hace justicia a esta joya del arte de todos los tiempos.

Vermeer nos presenta a la mujer concentrada en su quehacer, con la mirada baja como símbolo de humildad, vertiendo la leche en un cuenco con dos asas. La escena se desarrolla en una sobria estancia con paredes grisáceas en la que destacan los clavos, los agujeros o las grietas de una morada humilde. Sobre la mesa, encontramos un cesto con pan y algunos panecillos fuera de él, lo que para algunos expertos se interpreta como una alusión a la eucaristía, mientras que la leche sería el símbolo de la pureza. El cuadro fue desde muy pronto apreciado por los amantes de la pintura de Vermeer, tal y como se pone de manifiesto en el elevado precio pagado por él cuando fue vendido en 1696: 175 florines.

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