Comodidad y agrado.

 


“La intimidad y la domesticidad, los dos grandes descubrimientos de la Era Burguesa, aparecieron, como era natural, en los burgueses Países Bajos. En el siglo XVIII se habían difundido al resto del norte de Europa: Inglaterra, Francia y los Estados alemanes. La casa había cambiado, tanto física como emocionalmente; a medida que había ido dejando de ser un lugar de trabajo, se había ido haciendo cada vez más pequeña y, lo que es más importante, menos pública. Como tenía menos ocupantes, no sólo se vio afectado su tamaño, sino también el ambiente mismo dentro de la casa. Ahora era un lugar para el comportamiento personal e íntimo. Esa intimidad se vio reforzada por un cambio en la actitud hacia los hijos, la prolongación de cuya presencia alteró el carácter público medieval de la «casa grande». La casa ya no era sólo un refugio contra los elementos, una protección contra los intrusos —aunque esas funciones siguieron siendo importantes—, se había convertido en el contexto de una nueva unidad social compacta: la familia. Con la familia vino el aislamiento, pero también la vida familiar y la domesticidad.

          La casa se estaba convirtiendo en un hogar y, tras la intimidad y la domesticidad, estaba abierto el camino al tercer descubrimiento: la idea de confort.


  Quizá parezca extraño hablar del confort como una idea. Sin duda es meramente una condición física; uno se sienta en una silla cómoda… y se siente confortable. ¿Que podría ser más sencillo? Según Bernard Rudofsky, crítico irascible de la civilización moderna, sería más sencillo evitar totalmente las sillas y sentarse en el suelo.


          «El sentarse en sillas es un hábito adquirido, como el de fumar, y más o menos igual de sano», dice Rudofsky¹. Este enumera una serie de artefactos distintos —y según él superiores— de otras culturas y otros períodos. Incluye entre ellos las tarimas, los divanes, las plataformas, los columpios y las hamacas, pero su alternativa favorita es la más sencilla: el suelo.

      Las diferencias de postura, como las diferencias en los utensilios para comer (tenedor y cuchillo, palillos o los dedos por ejemplo), dividen al mundo tanto como las fronteras políticas. En cuanto a postura, hay dos bandos: los que se sientan en sillas (el llamado mundo occidental) y los que se sientan en el suelo (todos los demás)². Aunque no hay un «telón de acero» que separe a ambos bandos, ninguno de ellos se siente cómodo en la postura del otro. Cuando yo como con amigos orientales, en seguida empiezo a sentirme mal, sentado en el suelo, sin apoyo para la espalda y con las piernas dormidas.


          Pero a los que se sientan en el suelo tampoco les gusta sentarse erguidos. En una casa india puede haber un comedor con mesas y sillas, pero cuando la familia pasa un rato de descanso durante el calor de la tarde, los padres y los hijos se sientan juntos en el suelo. El conductor de un motocarro en Delhi tiene que sentarse, pero en lugar de hacerlo al estilo occidental, se cruza de piernas, con los pies en la banqueta, en lugar de en el piso ( de forma que a mi me parece precaria y a él cómoda). Los carpinteros canadienses trabajan de pie, ante un banco. Mi amigo guyaratí Vikram, si puede, prefiere  trabajar sentado en el suelo.


          ¿Por qué unas culturas han adoptado la postura sentada erguida y otras no? No parece existir una respuesta satisfactoria  a esta pregunta aparentemente sencilla. Resulta tentador sugerir que los muebles fueron apareciendo como respuesta funcional a los suelos fríos, y es cierto que la mayor parte del mundo de los que se sientan en el suelo está en los trópicos. Pero todos los creadores de muebles para sentarse —los mesopotámicos, los egipcios y los griegos— vivían en climas cálidos. Y para complicar más las cosas, los coreanos y los japoneses, que sí viven en regiones frías, nunca experimentaron la necesidad de crear muebles y se las arreglaron en su lugar con plataformas que calentaban.

          (…) Desde luego, es cierto que la gente habituada a sentarse en el suelo se siente físicamente cómoda en esa postura mientras que la acostumbrada a las sillas enseguida se siente cansada e incómoda, pero es imposible explicar la elección cultural de un modo u otro por diferencias en la morfología humana. Los japoneses por lo general son más bajos que los europeos, pero los africanos negros, que también se sientan en el suelo, no lo son. El sentarse en el suelo con la espalda tiesa puede ser bueno para el cuerpo, pero no hay muestras de que las culturas sentadas, como la de los griegos antiguos (y atléticos) crearan sillas porque fueran perezosos o débiles.


          Es posible que el sentarse en sillas o en el suelo se pueda explicar únicamente como cuestión de gusto. En tal caso, según Rudofsky, eso constituye un ejemplo más de la estupidez occidental. Sus críticas de los muebles se basan en la hipótesis rousseauniana de que como para sentarse, o acostarse, lo único que hace falta es el suelo, las sillas y las camas son innecesarias, antinaturales y, en consecuencia inferiores”.


¹ Bernard Rudofsky. Now I Lay Me Down to Eat. Nueva York. Anchor Press/Doubleday. 1980. pp.62.


² Esta división bipartita ha sido de una notable continuidad; sólo existe un ejemplo de civilización en la cual hayan coexistido el sentarse en sillas y en el suelo: la China antigua. Probablemente la silla llegó a China desde Europa ya en el siglo VI. Sin embargo, aunque los chinos utilizaban mesas, sillas y camas altas, sus casas seguían conteniendo zonas con adminículos muy bajos para sentarse. Veáse, Fernand Braudel. Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-VVIII. Las estructuras de lo cotidiano. Madrid. Editorial Alianza. 1984. pp. 288-292.


Witold Rybczynski. La casa. Historia de una idea. Madrid. Editorial Nerea.1986. pp. 85-89.

Vía:https://barbararosillo.com/2020/09/02/comodidad-y-agrado/


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