Yo el toro.

 MI VIDA ES UNA PURA INJUSTICIA, UNA MIERDA !!!


Nací al Sur de España y me criaron en el campo con mucho mimo. Acompañado de mis semejantes siempre bajo la atenta mirada de mi madre desde que me supe sostener en pie. A mi padre no lo conocí. Desde muy pequeñito me dijeron que abandonó esas maravillosas tierras para irse a lo que llamaban "una fiesta"...y nunca regresó. Sin embargo, también escuché que esa fiesta estaba al alcance de todos y me confortaba la idea algo remota de poder volver a encontrarme con él.

Con el tiempo fui creciendo más y más; estaba bien alimentado y cuidado porque nada me faltaba. Incluso solía corretear a la sombra de hermosos caballos manejados por hábiles jinetes que me enseñaron amablemente la inmensa belleza del campo andaluz. Éramos muchos y bien avenidos, siempre había compañeros de juego a mano, aunque pronto noté que los mayores se iban echando en falta a pesar de su excelente fortaleza y buena salud a edad no avanzada. Parecía extraño, pero todos sabíamos que poco a poco y en pequeños grupos organizados se iban marchando a aquella fiesta donde al parecer mi propio padre continuaba pasándolo bien, hasta el punto de haber olvidado a su hijo.

Un atardecer, cuando mi cuerpo había alcanzado el zénit de su desarrollo e incluso ya había tenido algún hijo, de entre los jóvenes los caballistas me apartaron junto a un grupo de fornidos amigos...entonces pude oír que nos llevarían de fiesta al día siguiente. Esa noche no pude dormir, afanado en imaginar que me encontraría con mi padre y algunos amigos, ansioso por ponerle cara a mi progenitor, notas y octavas a su sonido vocal...era enorme la ilusión que embargó mis sentimientos.

Ya trasladados a la ciudad nos alojaron en habitaciones individuales desde cuya parte superior éramos curioseados por algunos visitantes que comentaban entre sí la bonanza de nuestros semblantes y nuestras aptitudes para asistir a la fiesta. Tanto interés por nosotros me halagaba y hacía crecer en mí los deseos de dar lo mejor en aquella fiesta; no podía defraudarles, y mucho menos a mi querido padre, que muy probablemente estaría tan ansioso como yo, pero por ver el debut de su hijo. Me sentí como una adolescente ante la inminencia de su puesta de largo.

Al comenzar la tarde comencé a sentir el barullo de la gente que acudía al evento...me atusé en mi habitación y me preparé para dar lo mejor de mí ante mis amigos y mi padre. La música comenzaba a sonar con acordes limpios y seguros. Una música que me recordaba a mis juegos de chiquillo en el campo. Ello me animó mucho...y entonces la puerta de mi habitación se abrió súbitamente ante el estruendoso jaleo y aplausos de los asistentes.

Tras una corta pero enérgica carrera me vi de repente en medio de un gran patio de tierra, entre alaridos ensordecedores y la música de los instrumentos de viento dando ambiente festivo a la ocasión. Me detuve y miré alrededor en busca de mi padre. No en vano la noche anterior soñé que habría corrido hacia mí para recibirme hasta fundirse en un abrazo conmigo...pero sólo vi personas muy bien vestidas para la ocasión, incluso algunos fumaban largos y oscuros cigarros y otros iban con trajes que relucían centelleando bajo el sol sus deslumbrantes destellos como si fueran luces. Me quedé inmóvil valorando la situación hasta que corrí hacia un señor para preguntarle por mi padre...pero no me hacía caso; cada vez que me acercaba a él parecía querer espantarme con un trapo y hacerme girar para volver a espantarme. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo entre tan atronador bramido del gentío y los músicos, pero algo en mí me impulsaba cada vez con más fuerza a acercarme a ese hombre del traje brillante. Desapareció tras unas tablas como por el foro de un teatro y entonces se acercó a mí un caballo que me hizo recordar aquellos juegos en el campo con los jinetes. Y entonces me acerqué a preguntar.

No habían más de dos metros entre el caballo y yo cuando sobre mi espalda sentí el doloroso frío del acero engarzado a una lanza que me impedía acercarme más al jinete...¿pero ya no quería jugar conmigo?, me pregunté. ¿Qué había cambiado entre él y yo? ¿Qué le había hecho para que se mostrase tan hostil? Cuanto más intentaba acercarme a él más intenso era mi dolor...hasta que me vi en la necesidad de abandonar tan doloroso juego. Entonces volví a verme frente a él, que seguía con su trapo llamándome como para indicarme el camino. Supuse que me quería llevar hacia mi padre y volví a acercarme. Más vueltas y más mareos durante un buen rato bajo los vítores de una multitud excitada ante algo que yo no podía comprender.

Al poco tiempo, el maestro de ceremonias volvió a desaparecer y su lugar fue ocupado por otro que me llamaba sin su trapo pero con los dos brazos en alto, y corrí hacia él. Me recibió clavándome dos arpones engalanados en la espalda...y otros dos...y dos más. Mi piel ya no era negra sino roja. Mi sangre ya no circulaba por el interior de mi cuerpo; brotaba como un torrente en un aguacero...y comencé a sentirme mal, muy mal, francamente mal. Me detuve e hice un último intento de encontrar a mi padre. Ahora sí que lo necesitaba como nunca antes y no había perdido la esperanza de volverlo a ver. Pero sólo encontré miradas de personas exaltadas ante mi incomprensible sufrimiento que blandían sus pañuelos al tiempo que gritaban "entra a matar !!!".

Desolado ante mi frustrante puesta de largo, bajé la cabeza. Entonces volví a sentir el dolor agudo del acero en mi espalda. Una, dos, tres veces; y cada vez ante un público más exaltado y enfadado...¿conmigo? Me avergoncé porque me sentía culpable de tanto enojo y entonces doblé mis rodillas ensangrentadas para pedir perdón, hasta quedar exhausto y plácidamente tumbado sobre la arena. Él cambió su espada por un estilete y esta vez, de un golpe certero, atravesó mi nuca hasta alcanzar el cerebelo. Entonces descansé y pude abandonar esa extraña fiesta.

Lo más importante fue que entonces me reencontré con mi padre, a pesar de que me costó reconocerlo porque no tenía ni orejas ni rabo; eso sí, su asta derecha estaba ensangrentada y de su punta colgaba un jirón de tela brillante. Nunca más nos volvimos a separar.




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