El colorete, gran aliado de la mujer.
Diego Velázquez. Infanta María Teresa. 1651. Metropolitan Museum, Nueva York. En este precioso retrato de la futura mujer de Luis XIV apreciamos claramente como el colorete se extendía por toda la superficie de las mejillas hasta el mentón.
Los cosméticos no son un invento del siglo XX, la mujer siempre ha estado al tanto de utilizar todos los medios a su alcance para poder embellecerse. En el mundo actual no se concibe ir muy arreglada y con la cara lavada, a mi juicio el maquillaje es una parte imprescindible del “look”. En España hace siglos estos productos se llamaban “mudas”, “afeites” o “aliños”. El proceso del arreglo de una dama era largo y complejo, teniendo lugar en una habitación destinada a tal uso llamada tocador. La palabra “tocador” en un principio servía para designar al gorro que hombres y mujeres usaban para dormir, más tarde y por influencia francesa se empezó a utilizar para nombrar a la habitación misma.
Fracois Boucher. La vendedora de modas. 1756. Museo de Estocolmo.
Entramos en el tocador de una dama que está a medio arreglar, vemos el despliegue de objetos sobre la mesa y como la vendedora le enseña unas cintas, muy de moda en el siglo XVIII. Este tipo de pinturas son muy útiles para conocer de primera mano la vida privada.
Los afeites metidos en distintos recipientes, se desplegaban sobre la mesa, normalmente vestida. En el centro había un pequeño espejo, cuyo marco podía ser más o menos lujoso, en España era común el ébano (procedente de Indias) o la madera teñida. Tenemos bastantes ejemplos de cómo era esta habitación en la pintura francesa y en las películas de época como la magníficamente ambientada Las amistades peligrosas (Stephen Frears. 1988).
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Director Stephen Frears. 1988. Las amistades peligrosas. Glen Close maquillada por sus sirvientas. En este fotograma vemos como madame de Merteuil (encarnada por Glen Close) es atendida por sus doncellas, una de ellas le empolva el escote.
En este fotograma de la película Las amistades peligrosas vemos como madame de Merteuil (encarnada por Glen Close) es atendida por sus doncellas, una de ellas le empolva el escote.
El ideal de belleza femenino era la piel blanca y el pelo rubio, por lo en España era una práctica relativamente frecuente que las señoras se blanquearan el rostro, para tal fin se usaba el solimán (cosmético hecho a base de preparados de mercurio). Para aclararse el pelo se utilizaban lejías. La base fundamental del maquillaje de esas épocas era el colorete. En nuestro país se usaba el llamado “color de Granada”, que se vendía dispuesto en hojas de papel y para conservarlo se guardaba en salserillas. Las cejas se pintaban con alcohol y los labios con arrebol. Con el fin de tener las manos blancas e hidratadas se elaboraba una pasta hecha con almendras, mostaza y miel llamada sebillo.
Los ingredientes más utilizados para fabricar cosméticos eran: huevos, limas, almendras, limones, raíces de lirio, pasas, miel, algalia (sustancia que se extrae de la bolsa que tiene cerca del ano el gato de algalia), almizcle (sustancia untuosa que segregan algunos mamíferos) y azufre. Viendo este tipo de ingredientes se comprueba que muchos de ellos eran nocivos para la salud, ya que el blanco que se daba al rostro podía estar elaborado a base de precipitados de bismuto o de plomo. Para la fabricación del colorete se usaban minerales como el minio, el plomo, el azufre o el mercurio entre otros, calcinados al horno. Estos preparados cosméticos producían dolores de cabeza, alteraban la piel y dañaban la vista ya que sus componentes eran tóxicos.
Francoise Boucher. Mujer en el tocador.
Vemos a una bella joven de perfil mirándose al espejo mientras se arregla. Es un momento íntimo. Para no mancharse el vestido en el proceso del peinado y maquillaje se colocaban un peinador sobre los hombros que se ataba al cuello para que quedara fijo.
Francoise Boucher. Mujer en el tocador. Siglo XVIII. Vemos a una bella joven de perfil mirándose al espejo mientras se arregla. Es un momento íntimo. Para no mancharse el vestido en el proceso del peinado y maquillaje se colocaban un peinador sobre los hombros que se ataba al cuello para que quedara fijo.
En Francia, a finales del siglo XVIII cuando el negocio de la belleza estaba más profesionalizado, se estima se vendían dos millones de envases de colorete al año, que se fabricaba seco o líquido. La manera de como debía usarse el colorete era un asunto de la máxima importancia, las damas de la corte de Versalles lo llevaban muy exagerado pintándose unos cercos de rojo vivo debajo de los ojos. En España, hay referencias literarias en el siglo XVII que relatan como las señoras se lo ponían en cara, cuello y hombros, cosa que sin duda produciría un efecto muy exagerado. Pero no solo había criticas por el abuso de estos productos, sino porque algunos pensaban que el maquillaje era literalmente un engaño. La mujer se embellecía artificialmente y cuando llegaba el momento de que se la viera sin todos esos aditamentos, el hombre quedaba desolado. Cito un párrafo de la obra de Juan de Zabaleta El día de fiesta por la mañana, publicado en 1654, que tiene un gran sentido del humor en su critica contra los cosméticos: “…pónese a su lado derecho la arquilla de los medicamentos de la hermosura y empieza a mejorarse el rostro con ellos. Esta mujer no considera que, si Dios gustara que fuera como ella se pinta, Él la hubiera pintado primero. Diole Dios la cara que le convenía y ella se toma la cara que no le conviene”, es decir, el escritor (algo misógino) considera el maquillaje como un completo fraude.
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