Dicen.
Ella tiene más historias que años. Carga consigo más decepciones que aciertos, más heridas que trofeos y muchas más soledades que abrazos. De los quinientos defectos que tiene, cuatrocientos noventa y nueve le pertenecen, el otro resto es inventado; pero no le pesan porque aprendió a quererlos, a mejorarlos, a llevarlos, como lleva la sonrisa en la boca aunque le duelan los labios.
Ella es un sueño de carne y hueso, un ángel de fuego, un universo con alma, un planeta extraño. Es la que le puso coraje a todo cuando el mundo le dio la espalda. Ella, la que está jodida y baila, la que está hundida y viaja, la que tiene miedo y acelera; la que se mantiene fiel y no cambia. Perfectamente imperfecta, nada de belleza estándar. Distinta a todas, loca, furiosa, rebelde, apasionada. Esa a la que le apagan la luz y más brilla, a la que le tapan el sol y más renace, la que puede ser semilla, árbol, flor y primavera.
Ella es la lluvia que inunda cuando llora, grita su dolor en forma de poesía, es fuerte, irradia, impone y del sufrimiento ella surge. Mira con ternura como si fuese dibujada. Se desafina con el desamor, pero tiene la dicha de afinarse como un amanecer precioso.
La mujer que carga con un cuerpo que a veces no soporta, la que se tiñe de defectos que se inventa en un solo día, la rabia de labios rojos que desafía todas causa de derrota.
Completa, rota, partida, agria, así toda imperfecta, se ondea con cautela frente a los ojos del mundo, se estremece en las manos del mismo infierno, dura, áspera, hostil, voluble un día y amante por meses. Grandiosa como la mires, en ruinas como el mayor de los derrumbes. No necesita las manos de nadie pero si la abrazas sabrás de que está hecha.
Impredecible, así es ella, mujer libre, mujer con sueños, fantástica, única.
Esa mujer que vive en ti, en mí, esa maravillosa mujer imperfecta que repara cuando sonríe, que es magia cuando te desnuda y te compone con un beso el alma.
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