Las cifras desmontan el mito de que España robó el oro de América.
César Cervera | 16 de mayo de 2020
El argumento estrella de los que acusan a España de la pobreza de sus antiguas tierras es que los europeos se llevaron todo el oro. Un tópico basado en una idea equivocada.
Historia
–Nos han desangrado y nos lo han quitado todo. Y a cambio, ¿qué nos han dado los españoles?
–Los caballos, la vid, el vino, el vinagre, el uso extendido de la rueda, el ganado bovino, ovino y porcino, los garbanzos, las lentejas, el arroz, las almendras, las lechugas, las espinacas, las acelgas, las berenjenas, los ajos, las cebollas, las pasas, el azúcar, el limón, el hierro, la metalurgia, las universidades, los hospitales, los caminos, los puentes, la arquitectura humanista, el idioma y una escritura.
–Sí, eso es cierto. Pero, aparte de todo eso… ¿Qué han hecho los españoles por nosotros?
Como el viejo chiste de La vida de Brian (1980), algunos herederos del Imperio español siguen viviendo entre la contradicción de que gran parte de su cultura, de su forma de ser y de pensar se la deben a la civilización que, según les cuenta la leyenda negra, arrasó con sus materias primas y los condenó, con sus matanzas y costumbres medievales, a un subdesarrollo que es crónico en muchas regiones de Sudamérica.
El argumento estrella de los que acusan a España de la pobreza de sus antiguas tierras es que los europeos se llevaron todo el oro y dejaron atrás una tierra pobre. Aún recuerdo cuando, en un campamento con ocho años, oí por primera vez a un amigo peruano decir, medio en serio medio en broma, aquella frase de «tú cállate, que nos robasteis el oro». Seguramente se la había escuchado a su padre o a algún familiar, sin que eso significara en sí mismo que en esa casa hubiera un odio soterrado hacia los españoles.
Se trata de una frase hecha que está clavada en el imaginario hispanoamericano. Un tópico basado en una idea equivocada de lo que para la Monarquía hispánica significaban sus territorios de ultramar: no eran simples colonias, no eran lugares que exprimir para alimentar la metrópolis, de la misma manera que para sus pobladores el Nuevo Mundo no era un castigo o la antesala para volver enriquecidos a la Península. Muy pocos conquistadores mostraron intención de volver a casa. Ni como ricos ni como pobres… Francisco Pizarro falleció en la ciudad de los Reyes (Lima), que había fundado, mientras que la muerte sorprendió a Hernán Cortés cuando trataba de regresar desde Sevilla a su querida Nueva España.
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La extracción de metales preciosos fue un objetivo prioritario durante la conquista de América. Eso es innegable. Entre 1503 y 1660, se estima que a Sanlúcar de Barrameda llegaron unos 185.000 kilos de oro y diecisiete millones de kilos de plata, procedentes del Nuevo Mundo. La cifra puede parecer muy alta, pero solo supone una pequeña parte de las reservas americanas aún existentes. Según la web CEIC, dedicada a datos macroeconómicos, México extrajo el año pasado una cantidad de 110.000 kilogramos de oro, y Perú, 130.000. Lo mismo se puede decir de la plata: lo que España extrajo en 150 años es lo que, según los registros de CEIC, ha producido solo en los últimos cinco años Perú.
Las remesas de metales ayudaron a los Austrias a financiar sus guerras y sus palacios, pero supusieron un impacto negativo en la economía castellana y lastraron el desarrollo industrial. «El no haber dinero, oro ni plata en España es por haberlo y el no ser rica es por serlo», planteaba con acierto Martín González de Cellorigo ya en esos años. Con el paso del tiempo, la mayor parte del oro y la plata ni siquiera llegaba a pisar suelo español, siendo los banqueros del norte de Europa y de Génova sus principales beneficiados.
Más allá de una labor depredadora
Esta disminución de las remesas transatlánticas en el siglo XVII fue en paralelo con el florecimiento del continente. Como comenta John Lynch en su obra sobre los Austrias, «una importante cantidad de plata permanecía en América, donde el proceso histórico era más de transformación que de hundimiento». Las Indias alimentaban cada vez más el comercio propio. La creación de cientos de ciudades, catedrales, universidades, caminos e incluso hospitales (entre 1500 y 1550, se levantaron unos 25 hospitales grandes y un número mayor de pequeños) demostró que para la Corona aquel continente, aquella empresa atlántica, iba más allá de una labor depredadora.
A partir de 1640, fueron muchos los mercaderes españoles que invirtieron sus metales preciosos en América, sobre todo en Perú, en vez de arriesgarse a que fueran confiscados en España o se perdieran en el viaje. Este capital fue la base para la transformación de las ciudades en la era posterior a la minería. El crecimiento urbano trajo, a su vez, una diversificación de actividades y una reorientación económica. Cuando llegó a su fin el primer ciclo minero, México se reorientó a la agricultura y la ganadería y comenzó a autoabastecerse con productos manufacturados. Perú tardó más en diversificar su actividad, pero, cuando absorbió los beneficios de su propia actividad minera, los invirtió en crear una red de comercio intercolonial que era independiente de la metrópoli.
La recesión de la Península supuso el despegue de su imperio propiamente americano.
Imagen destacada: Pizarro capturando a Atahualpa, de John Everett Millais (1845). Colección privada.
Españoles muertos de hambre que gracias a América mataron el hambre que había a base de maíz y papas !
ResponderEliminarSe quedaron en América porque les gustaría, porque les convenía, por miedo a que les quitaran el oro al llegar a España
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