George Orwell en el siglo XXI. El poder del miedo en la sociedad.


Fernando Ariza

En las últimas semanas se ha hablado mucho del enorme incremento de las ventas de «1984», la conocida novela de George Orwell. Nada menos que un 10.000% y subiendo. El contagio ha llegado a España, donde ha reaparecido en la lista de libros más vendidos en numerosas librerías.

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A la prensa le ha faltado tiempo para vincular esta sed de distopías a la reacción contra las primeras acciones políticas de Donald Trump y especialmente a la polémica producida por los «hechos alternativos» de su toma de posesión. La referencia a la neolengua y al Ministerio de la Verdad es tan evidente que parece copiada de la novela, pero me parece que la vigencia de Orwell va más allá del uso político del lenguaje.

Es difícil abordar al autor británico con la cabeza fría. Existe por YouTube un documental norcoreano titulado Propaganda. Según se dice en el primer minuto, es un documento interno utilizado para convencer al «pueblo más feliz de la Tierra» de lo manipulados que están en Occidente y de lo libres que son ellos en cambio. Al margen de lo mucho que se podría decir de ese documental, quiero destacar el hecho que se cite, sin ningún tipo de complejo, a George Orwell: «Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro». Con este ejemplo quiero demostrar la capacidad que tiene Orwell de ser interpretado desde las posiciones más enfrentadas y con resultados aparentemente igual de coherentes.

Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro
George Orwell
¿Qué nos dice Orwell? Una de sus bestias negras fue el abuso de autoridad. La sufrió en el internado infantil, la presenció con asco en Birmania y le persiguió a muerte en la guerra civil española. Aquellas experiencias le enseñaron que no se debe de temer a la autoridad impuesta, sino a la concedida. El problema no yace en los poderosos ­–siempre va a haber un voluntario dispuesto a dirigir despóticamente un país, una ciudad, una comunidad de vecinos o una familia­–, sino en la masa que les otorga ese poder.

El instinto gregario del ser humano no es tan fuerte como el de las ovejas, pero existe y está agazapado a la espera del mínimo estímulo que lo despierte. El interruptor salta fácilmente en situaciones de peligro. Entonces el individuo se transforma en masa, se agrupa y cede su criterio y su libertad a un líder que tome las decisiones por él. Esta capacidad organizativa se ha demostrado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia.

El individuo se transforma en masa, se agrupa y cede su criterio y su libertad a un líder que tome las decisiones por él
Estamos atravesando un momento de crisis. El gen gregario se ha encendido y muchas personas están buscando desesperadamente un líder carismático que los agrupe. Estamos de rebajas y el más rápido se lleva el premio. El político clásico, acostumbrado a gestionar y como mucho asistir a unos cuantos mítines en campaña, no tiene nada que hacer.

Los líderes más hábiles ­–al igual que Gran Hermano o Napoleón, el cerdo estalinista­– saben que un par de eslóganes encienden más el corazón y el voto que un puñado de datos fríos, ambiguos y complicados. También saben que la crisis económica no es suficiente, por lo que siempre es bueno potenciar el miedo del individuo para que les siga con verdadera pasión. Hay muchos tipos de miedo: miedo a perder el trabajo, la vida, la identidad o incluso miedo a que la propia raza desaparezca. Todos ellos se pueden invocar si se crea un enemigo convincente: los inmigrantes mexicanos, la industria china, los musulmanes terroristas, la ONU… y también los banqueros y empresarios, la Unión Europea, los ricos en general, la derecha fascista o el gobierno central. El enemigo se ha de señalar y después se ha de deshumanizar hasta el extremo, para que su desaparición no quebrante la conciencia del ciudadano.

El enemigo se ha de señalar y después se ha de deshumanizar hasta el extremo, para que su desaparición no quebrante la conciencia del ciudadano
La creación de un enemigo tiene además el efecto tranquilizador de la mente débil, pues limita el problema. Si el problema es concreto, la solución también lo será. Y eso es bueno. Los problemas complejos y llenos de ramificaciones producen angustia y no son fáciles de resolver. Y eso no es tan bueno.

Manual para el aspirante a tirano: aprovecha una situación de malestar social. Sataniza a un enemigo y échale la culpa de todo. Convence al ciudadano de que es una mera víctima. Acaba con el problema-enemigo. Resultado: la gente no mejorará su situación, pero estará contenta de que se haya hecho justicia y de paso te habrá dado todo el poder.

Pero, ¿qué nos dice Orwell? Quizá algo que muchos nuevos dirigentes no querrían oír. Sospechad, diría yo que nos dice, de las soluciones sencillas a los problemas complejos, del que nos señala un enemigo concreto y malvado, del líder carismático y del eslogan pegadizo que nos remueve el corazón.
vía:https://eldebatedehoy.es/cultura/orwell-en-el-siglo-xxi/



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