Tocar los libros.


Esto hay que contárselo a los jóvenes, porque se suele pensar que la bibliofilia es una pasión accesible solo a personas con dinero. Desde luego, hay libros antiguos que cuestan centenares de millones (una primera edición incunable de la Divina comedia se subastó hace algunos años por mil quinientos millones), pero el amor por el libro no atañe solo a los libros antiguos sino también a los libros viejos, por ejemplo la primera edición de un libro de poesía moderna; y los hay que van en pos de todos los volúmenes de la «Biblioteca dei Miei Ragazzi» de la editorial Salani. Hace tres años, en un puesto, encontré la primera edición del Gog de Papini, encuadernada aunque con la cubierta de papel original, por veinte mil liras. Es verdad que la primera edición de los Cantos órficos de Campana la vi hace diez años en un catálogo por trece millones (se ve que el pobrecillo pudo hacer imprimir pocos ejemplares), pero se pueden reunir buenas colecciones de libros del siglo XX renunciando de vez en cuando a una cena en una pizzería. Buscando en los puestos, uno de mis estudiantes coleccionaba solo guías turísticas de épocas distintas; al principio yo pensaba que era una idea extravagante, pero tiempo después y a partir de esos fascículos con fotos desvaídas el estudiante escribiría una tesis muy buena en la que se veía cómo la mirada sobre una determinada ciudad podía cambiar con el transcurso de los años. Por otra parte, incluso un joven con pocos recursos, entre el mercadillo de Porta Portese y el de Sant’Ambrogio, aún puede dar con dieciseisavos de los siglos XVI y XVII que siguen costando lo mismo que un par de zapatillas de gimnasia y que, sin ser raros, son capaces de narrar una época. En definitiva, con las colecciones de libros antiguos sucede lo mismo que con las colecciones de cromos. Sin duda, el gran coleccionista tiene piezas que valen una fortuna; ahora bien, de niño, yo compraba en la papelería unos sobrecitos con diez o veinte sellos al azar, y pasé muchas tardes soñando con Madagascar o con las islas Fiyi gracias a esos rectangulitos variopintos, raros seguramente no, pero fabulosos desde luego que sí. Qué nostalgia. [2004] © Umberto Eco: Tocar los libros (2004). Publicado en Pape Satàn aleppe: cronache di una società liquida (De la estupidez a la locura: Crónicas para el futuro que nos espera), 2016. Traducción de Helena Lozano Miralles y Maria Pons Irazázabal.



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