NO LEEMOS A OTROS, NOS LEEMOS EN ELLOS.
Escritores rechazados.
Kipling no sabía escribir. Ana Frank solo era una chica curiosa sin nada interesante que contar. Borges, un autor intraducible. Proust, un plasta. Si quería ver publicada su novela, Scott Fiztgerald tenía que prescindir de Gatsby, George Orwell de los cerdos de ‘Rebelión en la granja’ y Melville de su cachalote: “¿no podría el Capitán Ahab luchar contra la depravación de doncellas jóvenes, quizá voluptuosas?”, le recomendó un editor cegato.
La lista de errores de editores es tan amplia que admite distintas clasificaciones. Por número de noes, por ejemplo. 12 editoriales rechazaron ‘Harry Potter’; 15, el diario de Ana Frank; 20, ‘El señor de las moscas’; 22, el ‘Dublineses’ de Joyce. Cuesta creer que C. S. Lewis recibiese la cantidad inverosímil de ocho centenares de noes. Pocos rechazos parecen tan terribles como el que sufrió John Kennedy Toole por ‘La conjura de los necios’.
En la página de Sloper, una pequeña editorial mallorquina que he descubierto gracias a este artículo de Luis Alemany, he aprendido que la venganza de los autores rechazados no llega solo con la publicación de sus obras. Cansada de esperar la respuesta de un editor, la escritora argentina Florence Windmann le envío un cuestionario con 28 posibles respuestas. De la A a la Z, Windmann le ofrecía a su editor cambiar su silencio por una X en una o varias de las opciones.
Es difícil elegir la mejor. “No hemos leído su libro. Tras largas deliberaciones hemos decidido publicarlo”, escribe en la opción S. “El manuscrito que nos propone no nos ha decepcionado. Es el libro mediocre y olvidable de siempre”, apunta en la opción t. “No he terminado de leerla”, sintetiza en la opción d. Para ahorrarse respuestas como ésta, Sloper deja claro a los escritores que aspiren a ser publicados que solo un Sí romperá el silencio:
“No acusaremos recibo de los mismos (manuscritos), ni le responderemos en ningún momento comunicándoles el rechazo de su obra. Y es que no somos serios. Sólo tendrá noticias de nosotros si tras oler, ojear, medio leer y leer por fin entero su libro, decidimos publicarlo. Nos encanta descubrir autores nuevos. Y el poco tiempo que tenemos lo queremos dedicar a leerlos. No a responder emails con negativas y justificaciones. Lo hemos intentado, pero nos supera”.
Frente a esta sobredosis de sinceridad – propia de este tiempo veloz en el que deseamos más ser leídos que leer al prójimo -, Mario Muchnik recuerda en su ‘Léxico editorial’ que “el editor debe tener un mínimo de consideración por el trabajo que el autor ha puesto en su obra (…) frecuentemente, en la ceguera total ante su propia falta de talento”. Antes que callar o responder con una carta artificial, Muchnik recomienda dejar las cosas claras.
“Hay muchos autores que agradecen emocionados tanta sinceridad – escribe el viejo editor -, muchos menos que callan y unos pocos que responden de mala manera. El editor ha de saber que el balance final es a su favor, en la medida en que su carta de rechazo demuestre que se ha tomado el trabajo proporcional al del autor del manuscrito”. El esfuerzo no descarta el error, pero minimiza el riesgo de rechazar una obra maestra.
Decir a los escritores sin talento que dejen de bregar, tal y como propone Muchnik, parece una labor tan generosa como inútil. Amazon, azote de los libreros, permite que cualquiera pueda publicar su obra. Si el autoeditado triunfa, las mismas editoriales que lo rechazaron se pelean entre sí por llevarlo al papel, sin más argumento que su número de descargas. Perdido el canon que tanto anhela Harold Bloom, desaparecidos los gigantes, el rechazo editorial tiene cada vez menos importancia. Al fin y al cabo, todos podemos ser escritores del Sí.
‘Léxico editorial. Para uso de quienes todavía creen en la edición cultural’. Mario Muchnik. Del Taller de Mario Muchnik. Madrid, 2002. 188 páginas, 8,5 euros.
Pd.: Los cerdos que ilustran este artículo, esos que un editor cegato quería eliminar de la gran fábula de Orwell, son obra de Ralph Steadman y pertenecen a la edición de ‘Rebelión en la Granja’ de @LibrosZorroRojo, que acaba de cumplir su décimo aniversario.
Pd. 2 (1/11/16): Os invito a leer ‘Biblioteca de bodrios (y alguna obra maestra)’, donde Enrique Vila-Matas escribe sobre la biblioteca de manuscritos rechazados que fundó un admirador del escritor Richard Brautigan.
vía:Después del hipopótamo.com
Kipling no sabía escribir. Ana Frank solo era una chica curiosa sin nada interesante que contar. Borges, un autor intraducible. Proust, un plasta. Si quería ver publicada su novela, Scott Fiztgerald tenía que prescindir de Gatsby, George Orwell de los cerdos de ‘Rebelión en la granja’ y Melville de su cachalote: “¿no podría el Capitán Ahab luchar contra la depravación de doncellas jóvenes, quizá voluptuosas?”, le recomendó un editor cegato.
La lista de errores de editores es tan amplia que admite distintas clasificaciones. Por número de noes, por ejemplo. 12 editoriales rechazaron ‘Harry Potter’; 15, el diario de Ana Frank; 20, ‘El señor de las moscas’; 22, el ‘Dublineses’ de Joyce. Cuesta creer que C. S. Lewis recibiese la cantidad inverosímil de ocho centenares de noes. Pocos rechazos parecen tan terribles como el que sufrió John Kennedy Toole por ‘La conjura de los necios’.
En la página de Sloper, una pequeña editorial mallorquina que he descubierto gracias a este artículo de Luis Alemany, he aprendido que la venganza de los autores rechazados no llega solo con la publicación de sus obras. Cansada de esperar la respuesta de un editor, la escritora argentina Florence Windmann le envío un cuestionario con 28 posibles respuestas. De la A a la Z, Windmann le ofrecía a su editor cambiar su silencio por una X en una o varias de las opciones.
Es difícil elegir la mejor. “No hemos leído su libro. Tras largas deliberaciones hemos decidido publicarlo”, escribe en la opción S. “El manuscrito que nos propone no nos ha decepcionado. Es el libro mediocre y olvidable de siempre”, apunta en la opción t. “No he terminado de leerla”, sintetiza en la opción d. Para ahorrarse respuestas como ésta, Sloper deja claro a los escritores que aspiren a ser publicados que solo un Sí romperá el silencio:
“No acusaremos recibo de los mismos (manuscritos), ni le responderemos en ningún momento comunicándoles el rechazo de su obra. Y es que no somos serios. Sólo tendrá noticias de nosotros si tras oler, ojear, medio leer y leer por fin entero su libro, decidimos publicarlo. Nos encanta descubrir autores nuevos. Y el poco tiempo que tenemos lo queremos dedicar a leerlos. No a responder emails con negativas y justificaciones. Lo hemos intentado, pero nos supera”.
Frente a esta sobredosis de sinceridad – propia de este tiempo veloz en el que deseamos más ser leídos que leer al prójimo -, Mario Muchnik recuerda en su ‘Léxico editorial’ que “el editor debe tener un mínimo de consideración por el trabajo que el autor ha puesto en su obra (…) frecuentemente, en la ceguera total ante su propia falta de talento”. Antes que callar o responder con una carta artificial, Muchnik recomienda dejar las cosas claras.
“Hay muchos autores que agradecen emocionados tanta sinceridad – escribe el viejo editor -, muchos menos que callan y unos pocos que responden de mala manera. El editor ha de saber que el balance final es a su favor, en la medida en que su carta de rechazo demuestre que se ha tomado el trabajo proporcional al del autor del manuscrito”. El esfuerzo no descarta el error, pero minimiza el riesgo de rechazar una obra maestra.
Decir a los escritores sin talento que dejen de bregar, tal y como propone Muchnik, parece una labor tan generosa como inútil. Amazon, azote de los libreros, permite que cualquiera pueda publicar su obra. Si el autoeditado triunfa, las mismas editoriales que lo rechazaron se pelean entre sí por llevarlo al papel, sin más argumento que su número de descargas. Perdido el canon que tanto anhela Harold Bloom, desaparecidos los gigantes, el rechazo editorial tiene cada vez menos importancia. Al fin y al cabo, todos podemos ser escritores del Sí.
‘Léxico editorial. Para uso de quienes todavía creen en la edición cultural’. Mario Muchnik. Del Taller de Mario Muchnik. Madrid, 2002. 188 páginas, 8,5 euros.
Pd.: Los cerdos que ilustran este artículo, esos que un editor cegato quería eliminar de la gran fábula de Orwell, son obra de Ralph Steadman y pertenecen a la edición de ‘Rebelión en la Granja’ de @LibrosZorroRojo, que acaba de cumplir su décimo aniversario.
Pd. 2 (1/11/16): Os invito a leer ‘Biblioteca de bodrios (y alguna obra maestra)’, donde Enrique Vila-Matas escribe sobre la biblioteca de manuscritos rechazados que fundó un admirador del escritor Richard Brautigan.
vía:Después del hipopótamo.com
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