ANA BOLENA.
La hija menor de los Reyes Católicos, Catalina de Aragón, cayó en gracia al pueblo inglés desde el principio. Era una joven de ojos azules, cara redonda y tez pálida, la más parecida a su madre Isabel. A los cuatro años fue prometida en matrimonio con el Príncipe de Gales, Arturo, primogénito de Enrique VII de Inglaterra, por medio del Tratado de Medina del Campo. La decisión de los Reyes Católicos obedecía a una estrategia matrimonial para forjar una red de alianzas contra el Reino de Francia. Por su parte el rey inglés necesitaba urgentemente arrojar sangre regia sobre la dinastía que acaba de fundar. Los Tudor necesitaban a alguien como Catalina.
El 14 de noviembre de 1501, Catalina se desposó con Arturo en la catedral de San Pablo de Londres, pero el matrimonio duró tan solo un año porque los dos miembros de la pareja enfermaron de forma grave –posiblemente de sudor inglés (una extraña enfermedad local cuyo síntoma principal era una sudoración severa)–, aunque solo él falleció a causa de la gripe.
Con la intención de mantener la alianza con España, y dado que todavía se adeudaba parte de la dote del anterior matrimonio, Enrique VII tomó la decisión de casar a la madrileña con su otro hijo, Enrique VIII. Por lo tanto, Enrique se casó con la viuda de su hermano en 1509, durante una ceremonia privada en la Iglesia de Greenwich. Para entonces Enrique ya era rey de Inglaterra.
Sin embargo, la sucesión de embarazos fallidos enturbió la convivencia entre el rey y la reina. De lo seis embarazos de Catalina solo la futura María I alcanzó la mayoría de edad.
El Monarca comenzó a partir de 1517 un romance con Elizabeth Blount, una de las damas de la Reina. Al bastardo resultante de esta aventura, Enrique Fitzray, le reconoció como hijo suyo y le colmó con varios títulos.
Pero entre las muchas relaciones extramatrimoniales que siguieron a este romance, la que marcó el punto de no retorno fue la de Ana Bolena, una seductora y ambiciosa dama de la Corte.
Hija de un diplomático de confianza del rey, la joven se resistió al principio pero con sus reparos se aseguró de que Enrique no la usara como un entretenimiento pasajero. Tras poner tierra de por medio trasladándose a Kent, la joven vio cómo el monarca le escribía reclamándole desesperado su amor:
"No sé nada de ti y el tiempo se me antoja sumamente largo porque te adoro. Me siento muy desgraciado al ver que el premio a mi amor no es otro que verme separado del ser que más quiero en este mundo."
Enamorado locamente, Enrique VIII propuso al Papa una anulación matrimonial basándose en que se había casado con la mujer de su hermano. El matrimonio era nulo, en tanto era incestuoso. Catalina se interpuso recordando que ella nunca consumó el matrimonio con Arturo, por lo cual ni siquiera era válido.
Haciendo caso a la española, el Papa Clemente VII rechazó la anulación, mas sugirió como medida salomónica que Catalina podría retirarse simplemente a un convento, dejando vía libre a un nuevo matrimonio del rey. Así las cosas, el obstinado carácter de la reina, que se negaba a que su hija María fuera declarada bastarda, impidió encontrar una solución que agradara a ambas partes. La intervención del sobrino de Catalina, Carlos V, neutralizó las amenazas de Enrique VIII hacia Roma.
Cansado de esperar una respuesta favorable, Enrique VIII tomó una resolución radical: rompió con la Iglesia Católica y se hizo proclamar «jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra». En 1533, el Arzobispo de Canterbury declaró nulo el matrimonio con Catalina y el soberano se casó en la Abadía de Westminster con Ana Bolena, a la que parte del pueblo ya denominaba «la mala perra».
La pareja se consolidó definitivamente con la noticia del embarazo de Ana, que los astrólogos y magos anticiparon un niño. Se equivocaban. Nació otra niña, condenada como la hija de Catalina a una infancia traumática. Enrique VIII ni siquiera se tomó la molestia de ir al lecho de la parturienta a consolarla. El nacimiento de Isabel, volvió a enturbiar las relaciones del matrimonio real.
Y el principio del fin del matrimonio entre Ana Bolena y Enrique VIII llegaba un 29 de enero de 1536. Aquel día la pareja real enterraba a Catalina de Aragón. Mientras presenciaban el último adiós a Catalina, Ana sufrió un aborto que, para muchos, fue el inicio de uno de los periodos más polémicos de la monarquía inglesa.
Y es que cuando Ana se recuperó del aborto, el rey declaró que su matrimonio había sido maldecido por Dios. Dicen que Ana Bolena temía, cada día más, un posible divorcio. Lo que no se imaginaba es que fuera a terminar en el cadalso.
A finales de abril, Mark Smeaton (músico flamenco) fue detenido y torturado por Thomas Cromwell. Y así, bajo tortura, confesó ser amante de la reina. Bajo los mismos cargos fueron detenidos otros hombres: Henry Norris (que negó todo), William Brereton, y Jorge Bolena.
Sí, el propio hermano de la reina fue detenido acusado de incesto y traición, y de mantener relaciones sexuales con su propia hermana. El 2 de mayo de 1536 era detenida la propia Ana y conducida a la Torre de Londres.
La reina Bolena fue acusada falsamente de emplear la brujería para seducir a su esposo, de tener relaciones adúlteras con cinco hombres, de incesto con su hermano, de injuriar al Rey y de conspirar para asesinarlo
El 17 de mayo era ejecutado Jorge Bolena. En la mañana de 18 de mayo Ana hizo llamar al que iba a ser su verdugo: Sir William Kingston.
Los hechos el propio Kingston los narraba así:
"Y cuando llegué me dijo: 'Señor Kingston, me enteré de que no moriré antes del mediodía, lo que me ensombrece pues esperaba estar muerta para entonces y el dolor sería algo del pasado'. Le respondí que no sentiría mucho dolor, sino muy poco, y entonces me dijo: 'Oí que el verdugo es muy bueno, y yo tengo un cuello fino', dijo poniendo sus manos alrededor del cuello y riendo a carcajadas".
El día 19 de mayo Ana Bolena salía definitivamente de la Torre de Londres camino a la muerte. Cuentan que a muchos les sorprendió la serenidad y dignidad con la que lo hizo. El rey, de hecho, ordenó que trajeran a un espadachín de Francia con el objetivo de que muriera en el primer intento y no tuvieran que asestarle varios golpes de hacha.
Subió las escaleras con ayuda de William Kingston. Antes de morir, pronunció sus últimas palabras:
"No he venido aquí para acusar a nadie, sino que rezo a Dios para que salve a mi rey soberano y al de ustedes, y le dé mucho tiempo para reinar, pues es uno de los mejores príncipes en el mundo, quien siempre me trató tan bien que no podía ser mejor. Por lo tanto, me someto a la muerte con buena voluntad, pidiendo humildemente el perdón de todo el mundo". (…) "Y así tomo mi partida del mundo y de todos ustedes, y cordialmente les pido que recen por mí. O Señor ten misericordia de mí, a Dios encomiendo mi alma"
Finalmente, los restos de Ana Bolena fueron enterrados en una tumba sin nombre, al lado de la de su hermano. Tenía 35 años y una hija de dos. Para entonces Enrique VIII ya la había sustituido por otra mujer: Jane Seymour. Ésta última le dio un heredero varón, pero en una suerte de golpe del destino, la hija de Ana Bolena, Isabel, acabó convirtiéndose en la reina Isabel I.
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