LA HISTORIA DE LOS CLICK DE PLAYMOBIL






COMO SURGIERON ESTOS POPULARES JUGUETES


A este hombre se le considera el rico más roñoso de la Lista Forbes de millonarios. Cuando hace 60 años presentó un muñequito anodino, de plástico, pocos mostraron entusiasmo. Sin embargo, sus criaturas han conquistado el mercado sin apenas cambios. Como él, que sigue fiel a una extraña forma de dirigir. El es el padre de los Playmobil.
Son 2300 millones de seres extraños, un tercio de la población mundial, más que chinos. Todos con sonrisa. Sin nariz. Bajitos (7,5 centímetros de altura). Y de plástico. Pero su imperio genera más de 450 millones de euros al año.
Al frente de esta multitud, que se vende en 70 países, está un empresario tan peculiar como los muñequitos que lo han hecho de oro. Se llama Horst Brandstätter. Es alemán. Tiene 78 años. A diferencia de los juguetes que fabrica, era raro verlo sonreír.





Y, a pesar de manejar una fortuna, se lo considera el multimillonario más roñoso de la Lista Forbes, en dura competencia con el mandamás de Ikea. En el exclusivo club de golf donde juega cada día en Florida recoge los tees (unos clavos de plástico) que olvidan otros jugadores. Tiene miles. «Soy ahorrador», dice.
Por eso va siempre ojo avizor por el green, rastreando las bolas perdidas entre los árboles. Presume de ser el único socio que siempre ha usado bolas de segunda mano. También tiene miles. En cambio, caprichos, pocos. «No necesito beber el vino más caro», confesaba en una entrevista a la revista Focus.
«El mío lo compro por cinco o diez euros. Más no pago. El barco que tenía Playmobil 2 lo vendí. Solo los gastos fijos y la tripulación me costaban un millón y medio de euros al año. Ya no navegó. Ya he montado bastante en barco».



¿Qué le pasa a este hombre? Este hombre ha hecho, de la necesidad, lucrativa virtud. Del ahorro obsesivo, un emporio. Está en su naturaleza. No puede evitarlo. «Soy así», dice. Para comprender a Brandstätter, hay que remontarse al año 1974. La crisis del petróleo había paralizado el mundo. Y la empresa Geobra, con sede en Zirndorf (Alemania), que Brandstätter había heredado de su bisabuelo, se iba a pique sin remedio.
Geobra se había especializado en la fabricación de juguetes de plástico. Llevaba una década inundando Estados Unidos de hula hoops. Brandstätter había perfeccionado una máquina que permitía fabricar de manera eficiente y barata los aros con los que se contornearon varias generaciones de adolescentes.
Pero el precio de la materia prima se disparó un 600 por ciento. Así que Brandstäter ordenó a su equipo de diseñadores que ideasen algún juguetito pequeño, que necesitase poco material. Algo modesto con lo que salir del paso, para al menos no tener que echar la persiana.



El mítico Click de Playmobil, que por sus medidas se ajusta como un guante a la palma de un niño, se le ocurrió a Hans Beck (fallecido en 2009), un empleado taciturno que tenía experiencia fabricando muebles y al que Brandstätter había fichado personalmente, guiándose por una corazonada.
«Era un tipo silencioso. Yo mismo hago las entrevistas de trabajo. Y normalmente los candidatos hablan por los codos para tratar de impresionarme. Pero este hombre era muy callado. Le hice algunas preguntas y me respondía con monosílabos después de mucho cavilar. Notabas el esfuerzo que hacía. Y me dije: apenas habla, ¡pero piensa! La mayoría de la gente habla sin pensar. Lo contraté sin dudarlo».


Por cierto, Brandstätter tiene a gala seguir haciendo las entrevistas de personal. Hace preguntas extravagantes, relacionadas siempre con el ahorro. Por ejemplo: «Si tuviera usted que viajar a Berlín con su mujer, ¿cómo se desplazaría, en coche o en tren?». Los obliga a que razonen qué es más asequible. Y se guía, como siempre, por la intuición.
Así lleva las riendas de una plantilla de 3000 personas, como si fuera un negocio familiar. Con fábricas en Alemania, España, Malta y República Checa. Siempre en Europa. Se niega a ‘deslocalizar’ la producción instalando plantas en Asia, como hace la competencia.


«No alcanzan el nivel de calidad que exijo», se justificó al semanario Focus. Calidad. Es en lo único en lo que no escatima. Aunque en el fondo también hay otra razón. Se siente como un gran patriarca. Conoce a la mayoría de sus trabajadores. Y aunque sus gestores le aconsejen aligerar gastos de plantilla y prejubilar a algunos ‘dinosaurios’, se niega en redondo.
No utiliza el teléfono móvil porque lo considera un gasto excesivo (y eso que contrató una tarifa plana de 250 dólares que cubría llamadas interoceánicas, pues reside la mitad del año en Florida con su mujer y sus dos perros). Pero lo dio de baja y se apaña con un viejo fax.
Paradójicamente, es alérgico a despedir. Valora tanto el capital humano que se niega a recortar ahí, pese a que reconoce que sería lo fácil. «Yo he depositado mi confianza en ellos, y ellos en mí». También es un poco por egoísmo, reconoce. «Yo tampoco me pienso jubilar. Seguiré al pie del cañón mientras pueda.



Dicen que un viejo detrás del mostrador es un obstáculo. Pero que le pregunten a mi gerente si es cierto o no». Su hijo espera en balde que papá Brandstätter le pase las riendas de la empresa. «Es demasiado cabezota y quiere hacer las cosas a su modo. En cuanto pudiese, cambiaría la forma de dirigir, así que he decidido crear una fundación para mantener nuestra filosofía».
¿Cuál es esa filosofía? «Nada de horror, nada de violencia, nada de tendencias que pasan de moda». Los Playmobil son un juguete con afán de perdurar. Pensados para niños de seis a doce años, los adultos los coleccionan, han entrado en los museos, han propiciado debates políticos y filosóficos, tesis doctorales y documentales que tratan de resolver la clave de su éxito.
«Los presentamos en la feria de Núremberg de 1974 y no impresionaron a nadie», recuerda Brandstätter. Los primeros modelos todavía tenían nariz, eliminada posteriormente. «En realidad no la necesitaban». Y las manos no rotaban. Por lo demás, eran casi idénticos a los actuales.
Un muñeco de lo más minimalista, incluso anodino. «Pero no hay que fijarse en el juguete. Lo importante es lo que ocurre en la mente del niño. El niño los ve y puede imaginarse historias con ellos, puede montarse una película dentro de su cabeza. Ese es el secreto».




Policías, bomberos, enfermeras, indios, vaqueros, piratas... En el catálogo existen más de 300 referencias, desde las que recrean la vida cotidiana a los personajes de aventura, desde el Egipto de los faraones a los caballeros medievales. «Son roles, en definitiva. No tienen una identidad», explica el sociólogo Christian Haug.
«De este modo, Playmobil se hizo un hueco en un mercado que suele ser bastante rígido: Barbie para las niñas, Lego para los niños... Los Click permiten a los niños jugar con unos muñequitos sin connotación sexual. Y viceversa, las niñas pueden aventurarse fuera de la casa de muñecas».
Por otra parte, «son personajes `sin personaje´, el personaje lo inventa el niño», a diferencia de los juguetes inspirados en las creaciones de Disney o en las series de televisión. De hecho, Brandstätter siempre se ha negado a comprar la patente de algún personaje de moda e inundar el mercado con él. «Lo efímero no va con nosotros».



Esa voluntad de permanencia es consustancial a su carácter, pero Brandstätter no se fía. Ya estuvo a punto de caérsele el tinglado cuando se le acabó el chollo de los hula hoops, así que siempre anda explorando nuevos negocios. «Muchos piensan que siempre existirán los Playmobil. Yo no lo veo tan claro. ¿Quién puede asegurar que algo puede durar eternamente?».
Inventó unas macetas con un innovador sistema de riego que se exportan a 50 países y le reportan 40 millones de euros anuales. «Es necesario diversificar, siempre creando cosas nuevas. Sin copiar a nadie. Es una cuestión de honor». Pero huye de romanticismos.
Pragmático y muy alemán, confiesa que fabricar juguetes o tornillos viene a ser lo mismo. Un problema de coste y efectividad. Geobra tarda una media de tres años en sacar a la venta un nuevo Playmobil y los complementos que conlleva, sea el garaje de los mecánicos, la pirámide de los faraones o el barco de los piratas.



«Algunos tienen éxito y otros, no. Los albañiles se venden muy bien en Europa, pero en China no porque es una profesión que tiene muy mala fama». ¿En quién se inspira? «En las cartas que recibimos de los niños. Las leemos todas. Nos dan sugerencias, nos proponen personajes, nos dicen cómo mejorar algo, nos mandan dibujos y bocetos, nos dicen qué echan de menos…», cuenta Brandstätter.
A veces, los intereses infantiles chocan con la filosofía corporativa. Por ejemplo, los primeros policías y sheriffs de Playmobil no llevaban pistola. El mundo idealizado de los juegos no debería ser violento, pero recibieron miles de cartas de niños frustrados porque no podían detener a los malos.
Al final, Brandstätter dio su brazo a torcer. Al fin y al cabo, el cliente siempre tiene razón, aunque sea un `monicaco´ justiciero con la boca mellada y una noción rudimentaria del bien y del mal.


Fuente: xlsemanal
 Publicado por victorhpi @

Hans Beck (6 de mayo de 1929 - 30 de enero de 2009)

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