El universo tiene su manera de devolver el equilibro a las cosas
Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibro a las cosas según sus propias leyes, cuando estas se ven alteradas. Los tiempos que estamos viviendo, llenos de paradojas, dan que pensar.
En una era en la que el cambio climático está llegando a niveles
preocupantes por los desastres naturales que se están sucediendo, a China en
primer lugar y a otros tantos países a continuación, se les obliga al bloqueo;
la economía se colapsa, pero la contaminación baja de manera considerable. La
calidad del aire que respiramos mejora, usamos mascarillas, pero no obstante
seguimos respirando.
En un momento histórico en el que ciertas políticas e ideologías
discriminatorias, con fuertes reclamos a un pasado vergonzoso, están resurgiendo
en todo el mundo, aparece un virus que nos hace experimentar que, en un cerrar
de ojos, podemos convertirnos en los discriminados, aquéllos a los que no se
les permite cruzar la frontera, aquéllos que transmiten enfermedades. Aún no
teniendo ninguna culpa, aún siendo de raza blanca, occidentales y con todo tipo
de lujos económicos a nuestro alcance.
En una sociedad que se basa en la productividad y el consumo, en la que
todos corremos 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué, sin descanso,
sin pausa, de repente se nos impone un parón forzado. Quietecitos, en casa, día
tras día. A contar las horas de un tiempo al que le hemos perdido el valor, si
acaso éste no se mide en retribución de algún tipo o en dinero. ¿Acaso sabemos
todavía cómo usar nuestro tiempo sin un fin específico?
En una época en la que la crianza de los hijos, por razones mayores, se
delega a menudo a otras figuras e instituciones, el Coronavirus obliga a cerrar
escuelas y nos fuerza a buscar soluciones alternativas, a volver a poner a papá
y mamá junto a los propios hijos. Nos obliga a volver a ser familia.
En una dimensión en la que las relaciones interpersonales, la
comunicación, la socialización, se realiza en el (no)espacio virtual, de las
redes sociales, dándonos la falsa ilusión de cercanía, este virus nos quita la
verdadera cercanía, la real: que nadie se toque, se bese, se abrace, todo se
debe de hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia de contacto. ¿Cuánto
hemos dado por descontado estos gestos y su significado?
En una fase social en la que pensar en uno mismo se ha vuelto la norma,
este virus nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de esta es
hacer piña, hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de
pertenencia a un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que ser
responsables y que ello a su vez se responsabilice para con nosotros. La
corresponsabilidad: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te
rodean, y que tú dependes de ellos.
Dejemos de buscar culpables o de preguntarnos por qué ha pasado esto, y
empecemos a pensar en qué podemos aprender de todo ello. Todos tenemos mucho
sobre lo que reflexionar y esforzarnos. Con el universo y sus leyes parece que
la humanidad ya esté bastante en deuda y que nos lo esté viniendo a explicar
esta epidemia, a caro precio.
Francesca Morelli
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