Princesa cansada y harta de tanto príncipe.


Después de diez años de matrimonio con el principe, Blancanieves estaba cansada de convivir con un hombre tan egocéntrico y patán que solo pensaba en sí mismo. Los primeros años era todo un galán, pero con el transcurso del tiempo se convirtió en una persona tan hostil que no dudaba en lastimarla las veces que quisiera. Blancanieves tampoco se quedaba atrás, se volvió una mujer tan llena de odio hacia el príncipe que decidió mudarse de habitación para no tener que ver su rostro nunca más:
— Ya no seguiré compartiendo el cuarto contigo — dijo Blancanieves muy molesta.
— Estoy de acuerdo, es mejor que te vayas del castillo de una vez — le respondió el principe con un gesto de burla.
— ¡ME IRÉ, TE JURO QUE ME IRÉ! ¡TE ODIO! — le gritó Blancanieves cerrando la puerta de un portazo.
Aquella noche, acomodada en su nueva recámara se paró en frente del espejito mágico que había tomado antes de vender el castillo de su padre, las facciones de su rostro estaban desgastadas por los años, ya no era la adolescente de aquella época, ahora era una mujer tan sola y triste. Después de contemplarse así misma, suspiró y dijo:
— Espejito, espejito... ¿sigo siendo la más hermosa?
— Sí, Blancanieves, tú siempre serás la más hermosa, pero hay un problema — le respondió el espejito.
— ¿Cuál es el problema? — preguntó Blancanieves esta vez afanada.
— Te casaste con un hombre que no amabas y ahora estas pagando las consecuencias.
Blancanieves retrocedió espantada con lo que le dijo el espejito mágico, y se acostó en su cama cubriéndose la boca con tanta fuerza para que nadie pudiese escuchar sus sollozos. Fue en ese preciso momento donde se dio cuenta de algo que la terminó de romper por completo: jamás debió rechazar aquel amor puro y verdadero que le había ofrecido el cazador.

— Luis Alberto Padilla Pardo

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