La violencia machista deja a 43 menores en situación de orfandad en lo que va de año.
Según los datos oficiales, en lo que va de 2019, al menos 43 menores han quedado huérfanos o huérfanas al ser asesinada su madre en manos de su maltratador. En estos datos oficiales no se recogen las mujeres asesinadas por hombres fuera de la pareja o ex pareja. Además, tampoco se contabilizan los mayores de edad en situación de orfandad, que también quedan, en muchos casos, desamparados.
La violencia machista no tiene una única víctima directa, sino que junto a las mujeres, sus hijas e hijos sufren el maltrato y la violencia de género en su piel. Ser testigo de la violencia ejercida hacia tu madre deja secuelas de por vida, pero a menudo, las y los menores también reciben los golpes del maltratador.
Tanto ser testigo de la violencia machista como el hecho de ser víctima directa, conlleva en las niñas y niños una serie de repercusiones físicas y psicológicas que les afectará en su desarrollo como personas. Las secuelas de la violencia de género acompañan toda la vida, especialmente a las personas que aún no tienen formada su personalidad, si no se tiene ayuda psicológica profesional.
La Ley Orgánica 1/2004 incorpora a los hijos y las hijas de las mujeres al concepto de víctima desde su Exposición de Motivos y les reconoce toda una serie de derechos contemplados en los artículos 5, 7, 14, 19.5, 61.2, 63, 65, 66 y en la Disposición Adicional 17ª.
Las investigaciones que se llevan haciendo desde hace 25 años explican la estrecha relación entre la violencia de género y el maltrato infantil. Es muy común que el maltratador ejerza la violencia no sólo hacia la mujer, sino también hacia las hijas e hijos, tanto de forma psicológica o emocional, como física o sexualmente. “Tras una experiencia traumática se produce una pérdida del sentimiento de invulnerabilidad, sentimiento bajo el cual funcionan la mayoría de los individuos y que constituye un componente de vital importancia para evitar que las personas se consuman y paralicen con el miedo a su propia vulnerabilidad”, según los estudios de Janoff-Bulman y Frieze ya en 1983.
Algunas de estas consecuencias psicológicas y sociales que recaen sobre las niñas y niños víctimas de violencia de género y sobre la relación con sus madres son “baja autoestima, depresión, conductas agresivas o regresivas, problemas de alimentación”. En la adolescencia se dan "conductas delictivas, escapismo, consumo de estupefacientes, además de conflictos entre la madre y sus hijas e hijos, problemas de comunicación, de límites…”, son algunas de las consecuencias del maltrato que se incluyen en el Modelo de Intervención Psicosocial con menores víctimas de violencia de género.
En el caso de las y los menores que no son sólo testigos de la violencia, sino que también la sufren de manera directa, las secuelas psicológicas suelen causar un desequilibrio emocional, que les impide discernir que esa violencia no es habitual o sana. A menudo se repiten los esquemas de conducta del maltratador por parte de los hijos, y de la víctima por parte de las hijas, ya que en una parte del subconsciente se entienden esas relaciones de poder y de maltrato como normales, en lugar de tacharlas como maltrato.
“Está demostrado que la/el niña/o aprende e interioriza el modelo familiar observando. Así, los varones pueden aprender que la violencia es un medio lícito de resolver los conflictos y las niñas pueden asumir el maltrato como algo “normal” en una pareja. De este modo el modelo sexista, que genera la violencia, se perpetúa y trasmite de generación en generación”. Son palabras recogidas en el Modelo de Intervención Psicosocial con menores víctimas de violencia de género de la Comisión de Malos Tratos.
Otras consecuencias psicológicas que tiene el maltrato en hijas e hijos es la pérdida de seguridad, se produce una falta de confianza en las personas que le rodean. El desarrollo psicológico y social de una persona que crece en un entorno de peligrosidad, inseguro, será un desarrollo muy problemático.
“Se calcula que cerca de 200.000 niños y niñas en España están expuestos o son víctimas de la violencia de género y de la violencia doméstica”, según datos de la organización Meniños. Según datos del Ministerio del Interior, se han detectado 5.163 casos de menores a cargo de víctimas de violencia de género que se encuentran en situación de vulnerabilidad: 1.228 en casos de riesgo alto y 324 de riesgo extremo.
Desde la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres, “durante muchos años se atendió a hijas e hijos de víctimas de violencia de género". Una de las integrantes de la Comisión explica a AmecoPress que "uno de los métodos clave fue la expresión de sus sentimientos y emociones a través del dibujo. Se les proporcionaba un ambiente seguro y de protección en el que se sintieran libres de expresar lo que estaban viviendo. Años después se vio que todos estos dibujos servían para sacar una serie de conclusiones”. A partir de ahí decidieron recolectar todos estos dibujos y hablar con las familias que pudieron contactar para conocer las impresiones de sus propios dibujos años después. Esta colección a día de hoy forma una exposición, que se muestra en varias ciudades de España de forma itinerante. “Se utiliza no sólo como exposición, sino también como herramienta pedagógica, a través de centros o colegios”, expresan desde la Comisión.
Las profesionales que trabajaron en este proyecto, vieron que muchas víctimas con las que trabajaron habían salido delante de una forma normalizada, así que publicaron este modelo de intervención. "No sólo para que desde otras organizaciones puedan ayudar a estas personas, sino para visibilizar que las hijas e hijos también son víctimas directas de la violencia de género".
No todos los niños y niñas recibían la violencia sobre sí mismos, pero sí son testigos de la violencia ejercida sobre su madre. Son niños que crecen en un ambiente de inseguridad, de agresiones, de gritos, de falta de paz, coherencia y seguridad.
“El daño que se hace cuando hay un asesinato afecta a todo el entorno. Especialmente los hijos se quedan huérfanos de madre y con un padre maltratador, que lógicamente no es la persona adecuada para encargarse de esa criatura. El hecho de que una persona crezca en ese entorno tiene unas consecuencias muy grandes que se tienen que conocer. Lo primero son las condiciones en las que crecen, el entorno, y después si no tienen el apoyo necesario a lo largo del tiempo hay muchas represalias en su vida. Hay que conocerlo y ayudarles”.
La organización defiende que "hace falta más formación de las y los profesionales que están en contacto con menores, es necesario que sepan localizar cuándo están siendo víctimas de violencia de género". Profesionales de la salud, la educación, servicios sociales, etc., deberían tener una formación para detectar la violencia de género y el maltrato a menores. Afirman que es necesaria esta formación para que, las personas que están en contacto con estas menores, sepan detectar las situaciones de vulnerabilidad.
Lo primero, aseguran desde la Comisión, es crear un espacio seguro para que puedan hablar y sentirse con la confianza para contar su experiencia si quiere y puede contarlo. Es un tema muy complejo que profesionales de distintos ámbitos tratan a diario, como la policía o el personal sanitario, "pero que no todas las personas profesionales saben tratarlo como es debido".
"Horror, angustia y miedo" en los encuentros con el maltratador
El Convenio de Estambul, en mayo de 2011 (el Estado Español lo ratificó en 2014), especifica en su artículo 26 una especial protección y apoyo a los menores expuestos a la violencia, el artículo 31 hace expresa mención a los derechos de custodia y visitas sobre dichos menores, haciendo un llamamiento para que los poderes públicos aseguren que en su ejercicio no se ponga en peligro los derechos e intereses de la víctima y sus hijos/as.
Cuando la mujer consigue divorciarse del maltratador, a menudo se da una situación de discordancia en la que el “progenitor biológico” tiene, legalmente, el derecho a una parte de la custodia de sus hijos e hijas. Este es un problema institucional ya que, en muchos casos, estas niñas y niños no quieren ver a su padre porque son conscientes del riesgo que corren y del daño que le ha hecho a su madre.
“Horror, angustia y miedo”, son las palabras que utilizaba Patricia para describir los encuentros con su padre biológico, que se producían cada quince días.
A día de hoy, existen unos “puntos de encuentro” en los que el maltratador se reúne con los menores, tutelado por un equipo de profesionales. “un infierno” es como describe estos encuentros con su padre biológico Patricia Férnandez, fundadora de la Asociación ‘Avanza sin miedo’, en una entrevista en el programa de televisión El Objetivo, con motivo del 25N de 2018. Patricia, hija de una mujer maltratada, tuvo que vivir junto con su hermano el calvario de tener que seguir viendo a su maltratador durante más de diez años después de que su madre se divorciase de él y se mudase de ciudad. Describe estos encuentros como “una categoría del horror”. En la entrevista explica que sufría ataques de ansiedad, “no quería bajar del coche así que venía la policía y los psicólogos del punto de encuentro para que subiéramos, aunque para mí es un ejemplo del horror en su máximo estado porque tienes que enfrentarte a ver a una persona que estás gritando a pulmón vivo que no quieres ver, y encima hay un conjunto de personas que le están ayudando a él a que se establezca un contacto contigo”.
Esta situación se da porque, legalmente, el maltratador tiene derecho a “intentar restablecer el vínculo con sus hijos e hijas”, aunque ésta es una teoría muy discutida y sin unos fundamentos asentados ya que, está comprobado por las personas expertas que es una experiencia traumática y causante de ansiedad de estas niñas y niños. Aun así, a día de hoy podemos ver como prevalece el derecho a buscar ese vínculo como “padre”, por encima del derecho a la seguridad de las víctimas.
43 menores en situación de orfandad en lo que va de 2019
Desde 2013 (año en que empezaron a contabilizarse las hijas e hijos como víctimas de la violencia de género) al 2019 un total de 269 niñas y niños han perdido a su madre como consecuencia de la violencia de género. Pero estas cifras, de nuevo, son incompletas ya que no recogen a los y las mayores de edad que, debido a su juventud, también quedan en una situación de desamparo y necesitan de la ayuda institucional y familiar.
En los casos en los que la mujer es asesinada, se genera una situación en la que los familiares más cercanos se deben hacer cargo de los hijos e hijas. El Estado ofrece unas ayudas por orfandad a las víctimas de violencia de género, pero estas prestaciones económicas tardan en llegar entre cuatro y seis meses en los que es la familia, si la tienen, quienes deben hacerse cargo de todos los gastos. Además, cuando esas ayudas llegan no suelen ser lo suficientemente altas para cubrir los gastos mínimos de una persona ya que, de media, reciben 190.
Las asociaciones, organizaciones y familiares, reivindican que estas ayudas son demasiado bajas y no son suficientes para cubrir el gasto mínimo mensual de una persona. Piden que se otorgue la prestación máxima que es de 600 euros. El desembolso económico de los familiares que se hacen cargo de estas hijas e hijos de las asesinadas no siempre es asumible.
Hay algunas asociaciones que ofrecen becas privadas a algunas de estas personas huérfanas, como las Becas Soledad Cazorla que, además, tiene en cuenta a las víctimas mayores de edad que estén cursando unos estudios.
Después de tres años de funcionamiento el Fondo de Becas ha concedido más de 50 becas y se han distribuido más de 100.000 euros en ayudas, acompañando a 26 familias con un total de 38 becados y becadas.
Artículo facilitado por la Agencia de comunicación Amecopress
Foto: Archivo AmecoPress
Rocío Cabello Blanes
Vía:NUEVATRIBUNA.ES
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