Piensa por ti mismo.
La idea que defiende Kant es que el ser humano debe abandonar el estado de dependencia (Unmündigkeit) o minoría de edad espiritual en el que se encuentra por su propia culpa, por simple cobardía y pereza. Debe emanciparse de esa situación y atreverse a utilizar la razón para guiarse a sí mismo, sin la tutela ejercida por su confesor, su médico de cabecera o cualquier otra figura de autoridad. En suma, debe ejercitar la capacidad de pensar por sí mismo (Selbstdenken) y no permitir que otros piensen por él.
“Así pues, al querer definir el término «Ilustración» –explica Roberto Aramayo en la excelente introducción que ha escrito para este texto–, Kant viene a identificarla con su propio quehacer como profesor universitario. Sus alumnos, según el testimonio de Herder, no recibían otra consigna que la de pensar por sí mismos y ésa será justamente la divisa del movimiento ilustrado: ¡atreverse a pensar! Acostumbrarse a ejercitar nuestra propia inteligencia sin seguir necesariamente las pautas determinadas de cualquier otro. El hombre debe aprender a emanciparse de toda tutela y alcanzar una madurez suele rehuir por simple comodidad”.
En ¿Qué significa orientarse en el pensar?, otro opúsculo que escribió dos años más tarde, Kant amplía alguna de las ideas fundamentales que expuso en ¿Qué es la Ilustración?: “Pensar por cuenta propia significa buscar dentro de uno mismo (o sea, en la propia razón) el criterio supremo de la verdad; y la máxima de pensar siempre por sí mismo es lo que mejor define a la Ilustración. La Ilustración no consiste, como muchos se figuran, en acumular conocimientos, sino que supone más bien un principio negativo en el uso de la propia capacidad cognoscitiva, pues con mucha frecuencia quien anda más holgado de saberes es el menos ilustrado en el uso de los mismos. Servirse de la propia razón no significa otra cosa que preguntarse a sí mismo si uno encuentra factible convertir en principio universal del uso de su razón el fundamento por el cual admite algo o también la regla resultante de aquello que asume […], y con dicho examen verá desaparecer al momento la superstición y el fanatismo”. La Ilustración según la concibe Kant es el instrumento que nos liberará de las cadenas que representan los prejuicios, la superstición y el fanatismo.
Luces y educación
Para conseguir esta Ilustración, es decir, para conseguir que la gente aprenda a pensar por sí misma, es necesaria la educación. Y aunque es una tarea fácil, en el fondo requiere de mucho tiempo. Kant piensa que “implantar la Ilustración en sujetos individuales mediante la educación es relativamente sencillo, pues basta con que los jóvenes se vayan acostumbrando a esta reflexión desde una temprana edad. Pero ilustrar a toda una época es cuestión de mucho tiempo, pues hay muchos obstáculos externos que dificultan e impiden este tipo de actuación”. Kant reconoce que no vive en una época ilustrada (y nosotros tampoco), sino en una época de Ilustración, reconociendo así que ésta es más un proceso (probablemente sin fin) o una actitud que un resultado.
Como ilustrado, Kant considera que educación es la que nos convierte en humanos. Por eso escribió en su Pedagogía que “El hombre no llega a ser hombre más que por la educación. No es más que lo que la educación hace de él. […] Por eso, la educación del hombre es el problema mayor y más difícil que puede planteársele al hombre. En efecto, las luces dependen de la educación y la educación de las luces”. Y luego, un poco más adelante, dice que no se debería educar a los niños únicamente según el estado presente de la especie humana, sino según un futuro estado posiblemente mejor, es decir, de acuerdo con la Idea de Humanidad y con su destino total. Este principio es de gran importancia para Kant, puesto que normalmente “los padres educan a sus hijos en vista solamente de adaptarles a su mundo actual, por corrompido que esté. Deberían más bien darles una educación mejor, a fin de que un mejor estado pueda surgir en el porvenir”. Kant piensa que “la concepción de un plan de educación tendría que recibir una orientación cosmopolita”. Hoy en día algunos pensadores siguen defendiendo la necesidad de este tipo de educación, como Edgar Morin en Los siete saberes necesarios para la educación del futuro (Paidós, 2001).
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