Los ojos del señorito.
Mi abuela nació en 1912 y vivió en toda su crudeza la maldad franquista, que es el nombre por el que en España conocemos al fascismo. Se dedicó a parir hijos, a cuidar cochinos y a bajarle la mirada a los señoritos del cortijo donde murió su marido con 40 años, en 1950, dejando a cinco hijos en el mundo, el mayor de doce años y la más pequeña de dos, y sin una mísera pensión que ayudara a la familia a salir adelante.
Después de ser enterrado mi abuelo Juan Manuel, mi abuela fue a hablar con los señoritos del cortijo a los que no miraba a los ojos del terror que sentía. Les pidió una ayuda económica tras la muerte de su marido, que se había tirado toda la vida cuidando los cochinos del cortijo con una choza como tejado, y la respuesta de los señoritos fue un cacho de tocino, unos cuantos chorizos de la matanza y una cesta con huevos de las gallinas que cuidaba mi abuelo hasta que murió.
Yo esto lo sé porque años más tarde me lo ha contado mi tía. Ni siquiera mi madre, que abandonó la escuela a los ocho años para ponerse a limpiar suelos de rodillas en casa de otros señoritos extremeños, ha sido capaz nunca de contarme este episodio que ha marcado la vida de mi familia y que la marcará por muchas generaciones. Mi madre, que tiene 75 años, que no sabe leer y escribir, porque le robaron la infancia, y que nunca se ha atrevido a mirar a los ojos de los señoritos, heredó la vida desgraciada de su madre y parte de su mirada triste responde a una infancia marcada por el odio de los señoritos.
De pequeño no sabía el porqué mi abuela, siempre que me veía estudiando, me decía: “Estudia, hijo, que puedas mirar a los ojos de los señoritos”. Esta frase, breve, que cuando la recuerdo me emociona lo más grande porque resume el dolor oxidado de mi familia, también la historia de andaluces y extremeños, condenados por el latifundismo soberbio y desafiante de los señoritos a caballo, y las ganas de justicia de una mujer que sufrió lo indecible por el único delito de ser pobre.
Desde que el fascista Ortega Smith protagonizara el episodio cobarde y sádico contra una víctima de violencia de género en el Ayuntamiento de Madrid, a la que no se atrevió ni a mirar a la cara, no paro de acordarme de mi abuela, de su frase y de su significado: “Estudia, hijo, para que puedas mirar a los ojos de los señoritos”.
Nadia Otmani, la mujer en silla de ruedas por culpa de un terrorista machista, representa la derrota de los fascistas que arruinaron la vida a nuestras madres y abuelas, a las que mataban a palos sus maridos, los señoritos, el sistema y hasta el aire y, después de asesinadas, eran enterradas con menos liturgia que un perro. A ese tiempo oscuro quieren devolvernos los hijos y nietos del franquismo.
Nadia Otmani sí es capaz de mirar a los ojos del señorito Ortega Smith, hijo y nieto de aquellos que condenaron a mi abuela a la inmundicia y que sacaron a mi madre de la escuela para ponerla a limpiarle los pasillos finos de sus palacios con fachadas barrocas. Nadia Otmani representa el triunfo de mi abuela, la derrota de Ortega Smith y de sus padres y abuelos ideológicos y la victoria rotunda del feminismo.
Hace 40 o 50 años, un cuarto de hora en el reloj de la Historia, Nadia hubiera sido condenada, arrestada y hasta podría haber recibido una paliza por mirar a los ojos del señorito, cantarle las 40, ponerlo en evidencia y señalarlo con el dedo.
En la actualidad, Nadia es considerada una mujer valiente, con autoridad moral y llena de argumentos en una sociedad donde el auge de Vox no es más que la revuelta desesperada de quienes pierden sus privilegios de machos ricos y responden exaltados e histéricos al avance del feminismo. La altanería del fascista Ortega Smith y de sus compañeros de Vox no es fortaleza, representa la inseguridad y miedo de los machos ricos que ven amenazada su virilidad y su estatus de clase por el feminismo, un movimiento pacifista que en cien años años ha cambiado la historia de la mitad de la humanidad y que no ha necesitado matar a nadie para conquistar ninguno de sus derechos.
Mi abuela y mi madre crecieron sin poderle mirar a los ojos de los señoritos y ahora son los señoritos quienes no se atreven a mirar a una mujer que los reta y los pone contra su maldad ideológica. Nadia Otmani no representa una derrota, todo lo contrario, es la victoria incontestable de todas las mujeres que a lo largo de la historia no se han atrevido a mirar a los ojos de los señoritos.
Raúl Solís RAÚL SOLÍS
lavozdelsur.ecs
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