Estando en el colegio electoral se ha acercado un anciano, su bastón aguantaba el peso de un andamio que sin duda había soportado más de 80 inviernos. Me pidió que le ayudase a buscar una papeleta de Alianza Popular, se había dejado las gafas en casa y apenas distinguía formas.
No tuve el valor de explicarle, así que le di una papeleta del PP. Su mano no atinaba a introducirla en el sobre, era una mano prehistórica, desgastada como roca milenaria, daba la sensación de que se iba a quebrar en cualquier momento.
Le ayudé con la maniobra y le pregunté si sabía cuál era su mesa. Por primera vez alzó la cabeza y atisbé un orgullo pretérito. Supe, sin lugar a la duda, que aquel anciano antaño había mandado y otros hombres le habían obedecido.
Dijo que Marisa y él siempre votaban en la misma.
En el lento peregrinaje hacia la mesa busqué entre la gente una anciana que pudiese acompañarle, el hombre debió leer mis pensamientos porque se detuvo, alzó su mano y me pidió que no me esforzase.
Marisa había fallecido hacía 3 meses.
No supe que decir, allí estábamos los dos parados cuando clavó sus ojos en los míos y tuve la certeza de que si aquel manantial no se hubiese agotado hace mucho tiempo habría brotado alguna lágrima.
Cuando me di cuenta le estaba abrazando.
Noté aquel frágil esqueleto que fiaba su empeño a un ajado bastón de madera. Creía que se se iba a desmoronar pero al separarnos volví a ver aquel orgullo pretérito, enderezó su desvencijado cuerpo y me di cuenta de que era más alto de lo que parecía.
Lentamente sacó la papeleta de su sobre, la arrugó y se la metió en un bolso de su chaqueta Con una voz antigua me explicó que Marisa y él siempre discutían en días como este, ella votaba al PSOE y deseaba que él votase lo mismo.
Me pidió, con aquella autoridad que otrora ostentó, que le fuese a buscar una papeleta del PSOE.
Fui con un nudo en la garganta, mentiría si dijese que no me emocioné, admito también que alguna lágrima oculté.
Cogí la papeleta y al volver el anciano no estaba.
Lo busqué entre la gente, su velocidad no le habría permitido ir muy lejos, apenas habían pasado 5 minutos.
Nada, había desaparecido.
Angustiado y sin saber qué hacer me puse en la cola de mi mesa sin dejar de observar alrededor en busca de la vetusta figura.
Cuando me quise dar cuenta estaba frente a la urna y detrás de ella la mirada curiosa de un presidente que empezaba a impacientarse.
Azorado le entregué el sobre y con hastío me dijo que necesitaba el DNI.
Notaba la impaciencia del presidente, de los vocales, de los interventores e incluso de la cola que tenía tras de mí.
Como suele pasar en estas situaciones no encontraba la cartera en ningún bolso y tuvieron que pasar unos minutos hasta que admitiese la realidad.
EL HIJO DE PUTA DEL VIEJO ME HABÍA ROBADO LA CARTERA.

Fin. @profetabaruc


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