Cupido.

Siempre a Cupido se lo representó como un niño inocente, pero está claro que no lo era. Es la representación de la ambivalencia del amor, un lado hermoso e inocente y otro perverso y peligroso. Dotado con máscaras como en el amor. La del enamoramiento loco, el de las flechas de oro, que arroja sin ton ni son, a quien anda desprevenido por la vida, no a aquellos que lo desean fervientemente en lo profundo de sus entrañas, sino a los que ni lo esperan. También cuenta con esa máscara que oculta el lado poco amable del amor, la caída, las flechas de plomo que arroja el malcriado cuando le llegó la fecha de vencimiento a eso que creías interminable. Las flechas del desapego, el desprecio y el olvido. Esas tampoco uno las espera, de ahí lo perverso del niñito.
El amor es una balanza rota, desbalanceada, una olla hirviente de químicos en ebullición, un menjunje mágico y amargo a la vez. Quien lo toma, no lo hace por elección. Y es éste cupido el encargado de suministrar las sobredosis, en ambos casos letales.
Este cupido es un loquillo, un tapado, con esa cara de nene bueno que no dice nada y ese aire perverso que sólo la mitología le puede dar a un niño. Y el enamoramiento y la desilución son sus armas, condiciones, estados, uno más breve que el otro, pero que sin embargo, tienen cura, siempre culminan, con sonrisas o lágrimas pero terminan.
Cupido en el baile de disfraces, es una obra de la primera etapa del Alemán Franz Stuck, mucho menos sombría que otras obras posteriores. Después de todo, tenía 25 años y el mundo estaba a sus pies. Aún le quedaba algo de inocencia al pobre.
De hecho, esta obra es pura luminosidad y gracia, transmitiendo optimismo y buenas vibraciones.
El simbolismo era una característica del autor, pero el cuadro ya anuncia el movimiento Art Nouveau que recorrerá toda Europa.
Cupido está enmascarado en un baile de disfraces y parece que en breve va a hacer una de las suyas, provocando el enamoramiento de dos pobres diablos.
Nos observa, midiéndonos, con una flecha dorada en la mano como si estuviera decidiendo, si nosotros, espectadores, somos buenos candidatos para el amor.
El travieso querubín, con sus cabellos rubios alborotados, tiene en la mano un abanico rojo que da un gran toque de glamour y color al cuadro.

La Obra:
Cupido en el baile de disfraces
Artista: Franz Stuck
Alemania, 1887
Título original: Amor Auf Dem Maskenball
Técnica: Óleo

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