...Y ser femenina no es cursi...

Los seres humanos somos extraordinarios en muchos sentidos pero a menudo preferimos ser ordinarios. Por razones diversas nos resistimos a hacer el esfuerzo hacia lo extra y nos conformamos con pertenecer a la mediocridad imperante.
Las mujeres de mi generación (estamos entre los 45 y 60 años) que decidimos ir a la universidad, estudiar algo más que comercio o romper con el absurdo paradigma al que nos apegamos durante siglos, recibimos toda clase de maldiciones gitanas por atrevernos a cuestionar una forma de vida "infalible".
¿Por qué? Porque era -y por desgracia sigue siendo-, mucho más sencillo no cuestionar nada que atrevernos a preguntar y a reconocer que cada una de nosotras (como cada uno de ellos), puede cambiar las cosas no sólo externa sino internamente. Algunas lo intentamos en un momento no muy propicio para el cambio y debimos pagar el precio que la sociedad nos exigió para tolerarnos.
No es fácil, créamelo. No se trata de hacernos pasar por heroínas sino, simplemente, de señalar que cualquiera de nosotras podría haber asumido un papel cómodo y se hubiera llevado menos disgustos. Pero a muchas nos resultó imposible hacerlo: nos hubiéramos muerto en vida porque no hay nada peor que traicionarse a una misma cuando se tiene la posibilidad de ser fiel a nuestra intuición (primero) y a nuestras convicciones (después).
Esto, por supuesto, no es válido sólo para las mujeres sino para cualquier grupo o persona que se haya separado, conscientemente, de las líneas trazadas por la sociedad.
Buscar la coherencia entre nuestro discurso y nuestra vida diaria es una lucha continua. Las tentaciones son frecuentes y el cansancio a veces se convierte en escepticismo, desaliento e incluso fracaso. Es cuando nos replanteamos en la intimidad si valdrá la pena ser diferente no por ser diferente sino por ser. La respuesta es individual y cada quien debe sopesar todo lo involucrado en buscarla: los sueños vs. la realidad; el costo vs. el beneficio; la energía vs. los resultados obtenidos; los anhelos vs. el tiempo y el espacio.
Tal vez por eso me alarmé cuando vi el anuncio de un curso para mujeres en donde uno de los módulos es: "Misión educadora de la mujer: esposo e hijos" y el siguiente, "Mujer: profesional del hogar". No puedo criticar el contenido porque no lo conozco pero el solo título es cuestionable. La profesión de la mujer, desde luego, no es necesariamente el hogar y, desde luego, tampoco educar al esposo es una responsabilidad deseable para la esposa.
Ese modelo ya pasó a la historia gracias, entre otras cosas, a nuestros ilustres neoliberales. La educación de los hijos corresponde a ambos padres y la educación del marido a sus papás y no a su esposa. Así como al marido tampoco le corresponde educar a su mujer.
El movimiento ultraconservador que envuelve al mundo en la actualidad ve a la mujer como la causante de todas las desgracias sociales. Hay más desintegración familiar porque ella trabaja fuera del hogar; hay más divorcios porque es autosuficiente; hay más homosexuales porque es más agresiva; hay más sida porque es más promiscua; hay más gordura y más anorexia porque ya no cocina.
Los varones, nada. Ni los mercadotecnistas, ni los medios, ni los políticos. Lo malo es culpa de las mujeres y lo bueno, acierto de los varones.
Qué flojera. Blanco y negro. No es tan fácil. Todo eso busca que la mujer renuncie a su inteligencia y vuelva a ser la sumisa y abnegada mujercita usable y desechable. Por eso debemos luchar contra esas mentiras no sólo con palabras sino con nuestra actitud cotidiana.
Por mí, puede educar a su marido quien guste. Muy su gusto, muy su libertad y muy su confusión de roles. Pero de ahí a que pretendan hacernos creer que la única profesión de la mujer es el hogar y educar al marido y a los hijos, hay una enorme diferencia. Además, quedarse en casa hoy en día es un lujo que sólo las ricas se pueden dar.
Declararse feminista es una audacia. La gente dice: "es feminista", en el mismo tono en que dicen: "Tiene la peste". El cursilísimo cliché de: "Soy femenina pero no feminista", tácitamente sostiene que quienes defendemos algunos postulados feministas no somos femeninas. Y lo somos. Aunque las conservadoras, por cuya libertad también luchamos, prefieran simplificar su pequeño mundo y negarlo.
Deseo que el Día internacional de la mujer desaparezca pronto. Eso significará que, por fin, hemos alcanzado los mismos derechos y el mismo trato legal que los varones (quienes no necesitan un Día internacional del hombre porque, aunque son minoría, siguen imponiendo las normas que rigen caóticamente al mundo).
No sé si toda esta lucha cotidiana haya servido de algo. Lo que sí sé es que muchas -y entre ellas yo-, no podríamos haber sido de otro modo.
Felicidades a los hombres son unos privilegiados al tenernos a nosotras para darle sentido a su vida! Somos una chulada.
Desconozco autor.


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