Te digo ya que nadie puede felicitarme por ser mujer.

Te digo ya que nadie puede felicitarme por ser mujer.
Que en las calles cada día me gritan un piropo que no pedí, que me hacen sentir como un objeto cuando con su mirada me desvisten y que en el camión un par de veces he sentido manos involuntarias. Que no, no hay ningún privilegio en un día querer usar un vestido y volver a casa con la culpa de haber mostrado un par de piernas.
Que la vida no me la puso fácil porque me dio un cuerpo que se usa como compra-venta y toda la vida recibí comentarios de: eres bonita y conseguirás buen marido, aprende a lavar, aprende a planchar, aprende a cocinar. Me enseñaron que soy mercancía intercambiable y que nací con un vientre para ser madre.
La quedada, la soltera, la que debería ansiar un matrimonio y una casa donde quepan todos los niños posibles para preguntarme todo el tiempo si lo estoy haciendo bien. Me pusieron mucho sobre los hombros, y me cansé de cargarlo.
Hoy me celebro no tener ningún peso encima y decirle al mundo: ¿qué te importa si me pongo una falda y me pongo a bailar en medio de la acera, si ignoro tus comentarios y me comporto como una grosera?

Paola E. Haiat

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