Mi padre.

MI PADRE NO FUE UN GRAN HOMBRE.

Pero hacía el más sabroso café con leche que jamás probé, nos los preparaba cada mañana a mi hermano y a mí, cuando íbamos a la escuela, y nos lo servía con unos enormes panes con manteca y dulce.

Mi padre no fue un gran hombre, pero pelaba las naranjas como nadie las dejaba sin un rastro de ollejos, brillosas, lisas, tentadoras. Yo no quería comer naranjas si no las pelaba él.

Mi padre no fue un gran hombre, pero llenó de libros nuestra casa de la infancia y los dejó absolutamente a nuestro alcance. Nunca dijo “ese libro no es para ti” y así aprendimos a amar la lectura desde chicos, todavía hoy leo como entonces, como él con voracidad, con desorden, con placer, mi casa está llena de libros, las bibliotecas son los muebles principales.

Mi padre no fue un gran hombre pero una tarde de mi adolescencia, en la trastienda de una farmacia , me explicó cómo se hacían los niños, tartamudeaba y estaba rojo y sudoroso. Yo ya sabía, pero me fascinó su explicación.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero cuando un viaje con mis compañeros de la escuela me llamó aparte en el andén y me dio tres preservativos.“Toma, por si los necesitas”, me dijo. Y otra vez estaba rojo y sudoroso,

Mi padre no fue un gran hombre. Pero un día, cuando un chico más grande que yo, uno de los pesados de la cuadra, me estaba dando una paliza en plena calle, él apareció de la nada y lo corrió a patadas.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero, aunque jamás aprendió a andar en bicicleta, me sostuvo en la mía y no me soltó hasta que pude mantener el equilibrio por mí mismo. Y yo sabía que no me iba a dejar caer.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero nadie sabía contar “El patito feo” como él y nadie tuvo su paciencia para narrármelo una y otra vez, siempre con el mismo entusiasmo, cada siesta y cada noche de mi niñez temprana, respetando mi necesidad de volver a oír mi cuento favorito

Mi padre no fue un gran hombre. Pero tenía la letra más bella y firme que yo conozca.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero me enseñó, con sus actos, que un hombre sí puede llorar. Él lloraba de emoción o de dolor.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero supo despedirse, antes de partir...

El domingo a las cinco de la mañana me desperté y no pude volver a dormir por un largo rato. Era una hora silenciosa y quieta de marea en baja. Entonces supe que, en la sala de terapia intensiva del hospital, él estaba muriendo. Que me despertaba suavemente, como cuando en las mañanas frías de la escuela se acercaba a mi cama, me tocaba suavemente el hombro y me decía, en un susurro, “arriba”. Y que esta vez lo hacía para despedirse.

En mi cama, en la oscuridad, no luché contra el insomnio, simplemente me despedí de él, le deseé buen viaje, le agradecí lo que tenía que agradecerle y le hice saber que, por mi parte, no había cuentas pendientes entre nosotros.

Ninguna....

Me dormí nuevamente a las siete y el teléfono sonó a las ocho para pedirnos que fuéramos con urgencia al hospital. Entonces le dije a mi hermana: “Mi Viejo murió hoy a las cinco y media, es eso lo que nos van a informar”.Un par de horas después, nos entregaron un certificado de defunción que decía: “hora del fallecimiento: 5:30”.

Mi padre no fue un gran hombre.

Pero enfrentó a la muerte entero y vivo. Peleó con sabiduría, conocedor de que la batalla sería posible mientras hubiera equivalencia. Cuando sintió que ya estaba, que había hecho lo suyo, que las reglas de juego habían dejado de ser parejas, dijo basta. No lo dijo como un derrotado. Había comido una porción de las grandes (como a él le gustaban) de la vida; su último año y medio había sido de placer, de reivindicación y de buena vida. Entonces decidió que estaba a punto y murió.

En su muerte, fue un modelo. Y no es poca cosa.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero murió como un señor. Sin degradarse, sin deterioro, sin corromperse, como una persona íntegra y consciente. No huyó, no tuvo miedo, llegó vivo a su muerte. Y cuando lo vimos, antes de ocupar su cajón, su rostro era plácido, pacífico, como quien sueña sueños íntimos y felices o como quien observa deslumbrado algo que lo hará feliz pero de lo que no quiere hablar.

Era, en ese momento y en ese lugar, en la morgue del hospital, nada menos, un viejo hermoso y sereno. Así nos despidió. Soltándose, soltándonos.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero fue honesto.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero fue amoroso.

Mi padre no fue un gran hombre. Y no importa.

Los grandes hombres ocupan, a veces, demasiado lugar. Asfixian y son acreedores de deudas que nos hacen la vida más pesada. Visto así, por suerte, mi padre no fue un gran hombre. En muchas cosas fue sólo un pequeño hombre. Pero más allá de todo fue algo más difícil y más importante. Mi padre fue un buen hombre.

Agradezco eso.

Gracias, papá, por tu vida.

Alfonso ixtlán

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