Los árboles ¿serán acaso solidarios?
Se preguntaba Mario Benedetti:
Los árboles ¿serán acaso solidarios? Una pregunta poética en sí misma, a la que el paso del tiempo y la voluntad de la ciencia han dado respuesta.
Para elevarse los árboles comparten hojarascas. Las unas llegan al sustrato de los otros y comienza de este modo el diálogo de los nutrientes. Porque los árboles se hablan. La bioquímica entre arboledas es la conversación del bosque, cifrada, críptica, donde el viento cataliza el coloquio, ya sea ábrego o mistral. De este modo adquieren movilidad los adjetivos propios, los verbos y adverbios, su exclusiva narrativa sintética en forma de nitratos y fosfatos.
El aparente sosiego es realmente un fluir oculto entre raíces, en la oscuridad fecunda que hace posible lo visible. A través de las micorrizas la inteligencia vegetal formaliza, bajo la tierra, la transferencia de sustentos entre individuos. Es el reino de los hongos quien traslada compuestos del árbol maduro al joven o incluso al enfermo. Tan desconcertante destreza transcurre de un abeto a otro, de abedul en abedul. La comunicación es constante y los fonemas de la charla son moléculas de carbono. Llega, sorpresivamente, a entablarse el trueque entre especies distintas. Brota de estas tertulias la memoria compartida, la protección de las clorofilas hacia la perennidad.
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