EL SUTIL LENGUAJE DE LOS OLORES.

Tostón mañanero del tío Fer cuando se levanta charloso.
Me encanta como huele nuestra casa.
Nuestra casa no huele a brisa oceánica, susurros del bosque o caricias de la montaña. Tampoco huele al poder desinfectante del pino siberiano ni a la fuerza limpiadora del vendaval amoniacal.
Las ventanas siempre abiertas, tanto en verano como en invierno, hacen que todos estos esfuerzos aromatizantes de la química, desaparezcan rápidamente, flotando en el viento.
Además, por encima de todos esos olores reales y mundanos, existen otros mucho más sutiles, que no todo el mundo es capaz de percibir y que nos cuentan cosas.
Nuestra casa huele a nuestra casa. A nosotros. Huele a nuestras cosas, a como huelen los libros que resisten heroicamente la humedad de decenas de inviernos ferrolanos. Huele a las tallas de maderas traídas de vaya usted a saber que lugares de la Tierra, al ratoncito brújula, a los ancianos despertadortes de la bisabuela, a los gorros de Irlanda, al reloj de cuco, a la marioneta de Pinocho que casi devora la carcoma. A nuestros recuerdos prendidos en cada rincón, en cada objeto.
Nuestra casa huele a nosotros, porque al fin y al cabo, cada uno no es si no lo que sus cosas dicen sobre él.
Hay casas que estando llenas de fragancias, no huelen a nada, porque la personalidad de aquellos que las habitan no están hechas de nada. Casas sin vida, porque aquellos que no viven no pueden dejar huella alguna en ningún objeto y casas en las que nada más entrar, la energía de sus ocupantes te explota en los sentidos, inundándote y contagiándote de vida ajena.
El olor de las casas te cuenta quienes las moran y lo que son en esencia, por debajo de sus alegrías, fracasos y rutinas.
Hay casas que hieden a envidia, a superficialidad, a todo me sabe a poco. Otras casas desprenden rotundos y desgarradores aromas a soledad, a fracaso perpetuo, a vidas desperdiciadas y otras están impregnadas en el dulce aroma que desprenden las historias de amor.
La inmensa mayoría de la gente mucho tiempo ha que perdió la sensibilidad necesaria para detectar todas estas cosas, pero estoy convencido que de una manera o de otra, alguna ancestral reminiscencia enquistada en sus cerebros, les obliga inconscientemente a ocultar con todo tipo de ambientadores,fragancias artificiales y aromas químicos, todo aquello que sus casas se esfuerzan en contarnos sobre ellos.
Nuestra casa huele a mí, huele a mi compañera,a lo que somos y a lo que sentimos y eso me tiene permanentemente enamorado de estas paredes y puertas, techos y ventanas, convirtiéndola, aparte de en nuestra casa, en nuestro hogar, nuestra madriguera, nuestra choza y nuestra fortaleza inexpugnable, dependiendo de lo que en cada momento necesitemos.
Si alguna vez vienes a visitarnos, lo notarás enseguida y al instante, nos conocerás un poquito mejor.
Te invito a que por un momento te sientes en el centro de la vida de tu hogar y reflexiones un solo minuto sobre todo este coñazo que te acabo de soltar.
A qué huele realmente tu casa? ¿qué es lo que intenta contarnos de ti?

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