Y de pronto te das cuenta.

“De pronto y sin darte cuenta, llegas a la edad en la que ya no necesitas amores fugaces, porque para eso están las estrellas, y no es que nos hayamos vuelto viejos, pero de la nada entiendes que ya no quieres personas a las que les gustas un día y al siguiente no, llegas al punto en el que ya no deseas involucrarte en relaciones de un par de semanas, y sí, qué mal que los sentimientos duren eso. Porque a decir verdad, y sin ser exigentes, merecemos esas cartas y esos momentos románticos, esos silencios nada incómodos, esas primeras citas cargadas de magia y esas llamadas eternas por la madrugada, merecemos esos viajes, esas canciones en el coche, ese café caliente sobre la mesa y esas sonrisas con sabor a pueblitos. De repente entiendes que convencer a alguien para que te quiera o para que se quede, es hacerte mal, ponerte una venda en los ojos y fingir que las migajas lucen bien como plato fuerte, porque no sé si te lo hayan dicho antes, pero esto del amor es de voluntad, de dos personas queriéndose esforzar la una por la otra. Y es que ya no estamos para mitades, para que nos quieran a ratos o para irnos a dormir con la incertidumbre de no ser suficientes, porque lo somos, y merecemos alguien que lo valore, que lo cuide y que lo presuma ante el mundo. Llegas a la edad en la que ya no se te antoja cambiar de pareja como de calzones, que mas bien buscas estabilidad, armonía y un toque de paz, algo así como encontrar en una persona, la misma sensación de seguridad que encuentras en esa vieja prenda que usas para dormir, y eso, es una sensación tan hermosa, esa calma, esa comodidad y ese cariño, no te la brinda cualquiera”. 

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