Una orgía imparable de sangre.


Una orgía imparable de sangre recorría la ciudad de Badajoz y sus alrededores. Perseguían a los republicanos por las azoteas, cazándolos como a moscas, haciendo apuestas entre tropas moras, falangistas y legionarios; los marcaban a hierro como a las vacas. Manuel Ramallo y Antonio Almeida Segura, destacados falangistas, iban a por todas, dirigiendo y ejecutando torturas y asesinatos, mientras la Autoridad Militar jaleaba sus crímenes. En la Plaza de Menacho, los moros que integraban la Columna de Asensio, se divertían abriéndoles el cuerpo a los detenidos antes de matarlos y, aún vivos, les cortaban la cabeza y las metían en el propio cadáver del asesinado.

El máximo responsable fue, sin duda, el teniente coronel Juan Yagüe. Éste ya había tenido una destacada actuación en la feroz represión que se ejerció en Asturias tras la revuelta de octubre de 1934. Tal era su ansia represiva que tuvo un fuerte enfrentamiento con el general López Ochoa, cuando éste llegó a un acuerdo con los obreros; llegándole a acusar de ser cómplice de los insurrectos. Tenía pues experiencia en masacrar a poblaciones civiles. En Badajoz nadie puso reparos a sus crueles represalias. En segundo lugar están los militares que mandaban las tres columnas que entraron en Badajoz; el comandante Castejón, y los tenientes coroneles Asensio y Tello; ellos permitieron que las tropas a su mando realizaran todo tipo de tropelías; incluso en ocasiones las animaron. Yagüe nunca se arrepintió de lo ocurrido en Badajoz; es más se vanagloriaba de ello.
Al periodista francés Jacques Berthet le dijo: “Es una espléndida victoria. Antes de avanzar de nuevo y ayudados por falangistas vamos a acabar de limpiar Extremadura.”
En una entrevista que concedió al periodista norteamericano John T. Whitaker, cuando éste le preguntó si era cierto que había fusilado a miles de personas, contestó: “Naturalmente que los hemos matado ¿Qué suponía usted? ¿Iba a llevar a 4.000 prisioneros con mi columna, teniendo que avanzar contra reloj? ¿O iba a dejarlos en mi retaguardia para que Badajoz fuera roja otra vez?”
Esta contestación demuestra claramente el talante inhumano de Yagüe. Pero no solo fueron los militares los que tienen responsabilidad en la matanza de Badajoz; contaron con la inestimable colaboración de falangistas, religiosos y demás “gentes de orden”, tanto en la práctica directa de asesinatos, como en la elaboración de las listas de los que deberían ser eliminados.
-El falangista Mariano Ramallo; un sobrino suyo, Luis Ramallo, fue el primer presidente de la Junta de Extremadura.
-El sacerdote Isidro Lomba, encargado de realizar las listas de los que había que ejecutar.
-Arcadio Carrasco, que irónicamente fue nombrado Marqués de la Paz y nombrado presidente del Sindicato Vertical.
-Jorge Pinto, terrateniente de Olivenza, que hacia bailar a las mujeres antes de asesinarlas abriéndoles el vientre y sacándole sus órganos.
-Avelino Villalobos, Leopoldo Ríos, Antonio Ardillas, Agustín Carandell, que asesinó a treinta y cuatro presos atados entre sí en la puerta del Ayuntamiento.
-El marroquí Ahmed Mohamed Muley, que se ponía un traje de torero y asesinaba a sus víctimas clavándoles una bayoneta en el cuello.
-Eduardo Esquer, que posteriormente sería diputado en las cortes franquistas; y un largo etcétera de personas para los que la vida humana no tenía ningún valor.

Mario Neves relata en el “Diario de Lisboa”: “Acabo de ser testigo de auténticas escenas de desolación y horror de las que no me olvidaré mientras viva. Cerca de los establos todavía pueden verse muchos cuerpos yaciendo como resultado de la implacable justicia militar. En las avenidas principales, una no muy larga mirada como la que he echado esta mañana, muestra una larga hilera de cadáveres insepultos tirados allí, los legionarios extranjeros y las tropas moras que están encargados de las ejecuciones quieren que los cuerpos en las calles para que sirvan de ejemplo, consiguiendo el efecto deseado”.
Entre los falangistas que protagonizaron la cacería de seres humanos destacan Mariano Ramallo[6; el padre Lomba, encargado de realizar las listas de los que había que ejecutar; Arcadio Carrasco, que con el tiempo sería nombrado Marqués de la Paz y presidente del Sindicato Vertical; y Jorge Pinto, terrateniente de Olivenza, que hacía bailar a las mujeres antes de matarlas abriéndolas en canal y arrancándolas las tripas.
A los habitantes se les llegó a marcar a fuego vivo como a las reses. Falangistas y moros hacían apuestas entre ellos, y en la Plaza de Penacho estos últimos se divertían abriendo la tripa de los prisioneros y metiendo la cabeza dentro.
Hasta tal punto llegó el salvajismo que el propio Franco ordenó a Yagüe que se detuviesen las castraciones; en efecto, los moros castraban a los cadáveres y los oficiales alemanes hicieron fotos de los cuerpos como “souvenir”. Pero se siguió realizando.

Masacre en la plaza de toros
Durante los días 14 al 15 de agosto se produjo el que fue quizá el episodio más trágico de toda la guerra. Miles de civiles fueron "lidiados" y rematados en la plaza de toros de Badajoz.
El horror de semejante carnicería ha sido históricamente ocultado por el bando vencedor y casi ha caído en el olvido. La Guerra Civil trae a la memoria los nombres de Gandesa, Guernika, Jarama, Brunete, Teruel, Guadalajara pero no el de la ciudad extremeña, protagonista de un acontecimiento que pone los pelos de punta; de los 8.000 fusilamientos que hubo en la ciudad, más de la mitad sucedieron en el coso de Badajoz.
Muchos historiadores han minimizado los acontecimientos. Según Hugh Thomas la “cifra de muertos no llegaba a dos mil”; calculaba esta cifra a los veinte años del fin de la guerra y utilizaba fuentes oficiales del régimen que, entre otras cosas, olvidaron señalar que hasta se entregaron invitaciones para acudir a tan taurino festejo.
Yagüe ordenó el encierro de los prisioneros, la mayoría civiles, en el coso de la plaza de toros el día 14. En los tendidos se instalaron focos para iluminar la arena; en ese mismo tendido donde señoritos, falangistas, terratenientes, señoritas cristianas y devotas de la alta sociedad, monjas y frailes, entre ellos el citado padre Lomba, aguardaban impacientes la orgía de sangre que se avecinaba.
Entre los más despiadados destacó un sargento moro de nombre Muley que se colocó un traje de torero encima del suyo y comenzó la “faena”: usaba la bayoneta como estoque contra los prisioneros y los mataba clavándoles el hierro en la cara y en el cuello. Mientras, la gente de ley y orden daba los olés y los correspondientes aplausos cuando los prisioneros eran banderilleados.El espectáculo duró toda la noche. Durante las primeras horas del día 15, el miliciano Juan Gallardo Bermejo le arrebató la bayoneta a uno de los legionarios-toreo y lo mató. En ese momento se retiraron de la arena moros y legionarios y comenzó un ametrallamiento masivo.Durante largo rato silbaron las balas, hasta el extremo de que los tiradores fueron reemplazados en varias ocasiones. No más de dos o tres personas sobrevivieron de las más de 4.000 que se hacinaban en el foso y que fueron a parar a fosas comunes.Al amanecer del día 15, se volvió a llenar la plaza de prisioneros y hacia las seis de la mañana comenzó un nuevo tiroteo de ametralladoras que duró dos horas.Las tropas moras saquearon a los asesinados en busca de anillos (aunque hubiese que cortar dedos), cadenas e incluso arrancaban las muelas de oro a golpe de bayoneta.

El gobierno portugués entrega a los huidos
Durante los días siguientes a la matanza en la plaza de toros, se siguió asesinando a numerosas personas que se recogían por la provincia o huidos que entregaba la dictadura portuguesa.
El 19 de agosto se estrenaron las nuevas autoridades de la ciudad en un acto público en el que fueron fusiladas 13 personas, siete españoles (entre ellos el alcalde Sinforiano Madroñero y el diputado socialista Nicolás de Pablos) y seis portugueses.
Tras la misa que celebraron los sacerdotes se realizaron los fusilamientos mientras la banda de música amenizaba el espectáculo. Los cuerpos estuvieron expuestos tres días y se les colocó un letrero que decía: “Estos son los asesinos de Badajoz”.
Tiempo después de todos estos acontecimientos, todavía continuaron las ejecuciones. Todos los días, a las doce de la mañana, en la Plaza de Penacho se asesinaba a los prisioneros mientras se oía el himno de Falange y la Marcha Real. Los habitantes eran obligados a contemplar el espectáculo; negarse equivalía a participar en el mismo. Fascistas portugueses vinieron desde Elvas para regocijarse con la función, en especial cuando, en vez de fusilar, los moros degollaban con la gumía.

vía:La Guerra Civil Española- Zona Republicana. fb

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