Reflexiones en la madrugada.
Hay personas crueles disfrazadas de buenas personas. Son seres que dañan, que agreden mediante un maquiavélico chantaje emocional basado en el temor, la agresión y la culpa. Aparentan amables bondades tras las cuales se esconden ocultos intereses y profundas frustraciones.
A menudo, suele decirse aquello de “quien hiere es porque en algún momento de su vida también fue dañado”.
Que quien fue lastimado, lastima. Sin embargo, y aunque en estas ideas puede haber una base verídica, hay otro aspecto que no siempre nos gusta admitir: la maldad. ¿Existe la maldad?, personalmente estoy convencida que sí existe; las personas crueles, en ocasiones, disponen de ciertos componentes biológicos que les inclinan hacia determinados comportamientos agresivos.
Los actos malvados pueden darse sin necesidad de que haya una enfermedad psicológica subyacente.
Todos nosotros, en algún momento, hemos conocido o conocemos a una persona con este tipo de perfil. Seres que nos obsequian con halagos, a veces desproporcionados, y atenciones. Personas que caen bien, con éxito social, pero que, en privado, perfilan una sombra oscura y muy alargada. En el abismo de sus corazones reside la crueldad, la falta de empatía e incluso la agresividad.
En nuestra cotidianidad, por fortuna, no siempre nos relacionamos con personas tan crueles como las antes citadas, hay que tener muy mala suerte… Sin embargo, sí somos víctimas de otro tipo de interacciones: las de la falsa bondad, la agresividad encubierta, la manipulación, el egoísmo sutil, la ironía más dañina, etc.
Estos comportamientos podrían ser un resultado de varios aspectos. Carencia de inteligencia emocional, un entorno poco afectivo donde creció o donde esté residiendo la persona o incluso por algún déficit no identificado. Todo ello determinaría, tal vez, esa agresividad más o menos encubierta. Y en este punto me hago una pregunta ¿esa agresividad podría conducir al maltrato físico? Posiblemente, pero ese tipo de personas son listas, que no inteligentes, saben que la agresión emocional, la instrumental o la verbal son heridas no denunciables por la necesidad de probarlas. En todo caso es necesario estar alerta a cualquier señal. Todos podemos ser víctimas de las personas crueles; habitan a nivel familiar, en entornos laborales y en cualquier escenario. Sin embargo, podemos y es necesario identificarlas atendiendo a algunas pautas:
La persona de oscuro corazón nos cautivará con la mentira. Se vestirán de hermosas palabras y actos nobles, pero poco a poco surgirá el chantaje. Más tarde, generarán miedo, culpa y violencia mental.
Ante estas situaciones solo cabe una opción: la no tolerancia. No importa que sea nuestra hermana, nuestra pareja, compañera o compañero de trabajo. Esos seres capaces de perturbar la calma y el equilibrio solo buscan una cosa: apagar nuestra autoestima para tener el control.
Lo peor es que tendremos la atenazadora sensación de que no hay salida, de que nos tienen bajo sus redes, que sentimos miedo y que ante ese miedo a veces cedemos. Sin embargo, hay que tener muy presente que el que más poder tiene es quien es dueño de sí mismo, por lo tanto, sin buscar justificaciones a estos comportamientos y además y sobre todo, si son reincidentes, hay que romper esa maniobra de forma contundente y sin vuelta atrás; porque si hay vuelta atrás, reinician otra vez el juego, y el juego será, es, más peligroso. No es fácil que suelten a su presa, y si además han logrado crear un vínculo afectivo, creen que tarde o temprano la víctima cederá a sus requerimientos utilizando la persuasión, arma que dominan, por supuesto edulcorados con unas supuestas buenas intenciones.
Esos vaivenes de adulación desmedida, un día; de desprecio o desdén, al siguiente; de dominación, de agresividad encubierta… son muy intrincados y peligrosos. Por ello, es necesario actuar con rapidez desmontando trampas y reaccionando frente a las amenazas veladas. Y si es necesario pedir ayuda.
Lo que sí hay que tener muy claro es que en el mismo momento en que se sienta malestar o inquietud hacia ciertos comportamientos erráticos, y repito, y sí además son reincidentes, sólo cabe una opción: la distancia.
Clara AL ƈค
A menudo, suele decirse aquello de “quien hiere es porque en algún momento de su vida también fue dañado”.
Que quien fue lastimado, lastima. Sin embargo, y aunque en estas ideas puede haber una base verídica, hay otro aspecto que no siempre nos gusta admitir: la maldad. ¿Existe la maldad?, personalmente estoy convencida que sí existe; las personas crueles, en ocasiones, disponen de ciertos componentes biológicos que les inclinan hacia determinados comportamientos agresivos.
Los actos malvados pueden darse sin necesidad de que haya una enfermedad psicológica subyacente.
Todos nosotros, en algún momento, hemos conocido o conocemos a una persona con este tipo de perfil. Seres que nos obsequian con halagos, a veces desproporcionados, y atenciones. Personas que caen bien, con éxito social, pero que, en privado, perfilan una sombra oscura y muy alargada. En el abismo de sus corazones reside la crueldad, la falta de empatía e incluso la agresividad.
En nuestra cotidianidad, por fortuna, no siempre nos relacionamos con personas tan crueles como las antes citadas, hay que tener muy mala suerte… Sin embargo, sí somos víctimas de otro tipo de interacciones: las de la falsa bondad, la agresividad encubierta, la manipulación, el egoísmo sutil, la ironía más dañina, etc.
Estos comportamientos podrían ser un resultado de varios aspectos. Carencia de inteligencia emocional, un entorno poco afectivo donde creció o donde esté residiendo la persona o incluso por algún déficit no identificado. Todo ello determinaría, tal vez, esa agresividad más o menos encubierta. Y en este punto me hago una pregunta ¿esa agresividad podría conducir al maltrato físico? Posiblemente, pero ese tipo de personas son listas, que no inteligentes, saben que la agresión emocional, la instrumental o la verbal son heridas no denunciables por la necesidad de probarlas. En todo caso es necesario estar alerta a cualquier señal. Todos podemos ser víctimas de las personas crueles; habitan a nivel familiar, en entornos laborales y en cualquier escenario. Sin embargo, podemos y es necesario identificarlas atendiendo a algunas pautas:
La persona de oscuro corazón nos cautivará con la mentira. Se vestirán de hermosas palabras y actos nobles, pero poco a poco surgirá el chantaje. Más tarde, generarán miedo, culpa y violencia mental.
Ante estas situaciones solo cabe una opción: la no tolerancia. No importa que sea nuestra hermana, nuestra pareja, compañera o compañero de trabajo. Esos seres capaces de perturbar la calma y el equilibrio solo buscan una cosa: apagar nuestra autoestima para tener el control.
Lo peor es que tendremos la atenazadora sensación de que no hay salida, de que nos tienen bajo sus redes, que sentimos miedo y que ante ese miedo a veces cedemos. Sin embargo, hay que tener muy presente que el que más poder tiene es quien es dueño de sí mismo, por lo tanto, sin buscar justificaciones a estos comportamientos y además y sobre todo, si son reincidentes, hay que romper esa maniobra de forma contundente y sin vuelta atrás; porque si hay vuelta atrás, reinician otra vez el juego, y el juego será, es, más peligroso. No es fácil que suelten a su presa, y si además han logrado crear un vínculo afectivo, creen que tarde o temprano la víctima cederá a sus requerimientos utilizando la persuasión, arma que dominan, por supuesto edulcorados con unas supuestas buenas intenciones.
Esos vaivenes de adulación desmedida, un día; de desprecio o desdén, al siguiente; de dominación, de agresividad encubierta… son muy intrincados y peligrosos. Por ello, es necesario actuar con rapidez desmontando trampas y reaccionando frente a las amenazas veladas. Y si es necesario pedir ayuda.
Lo que sí hay que tener muy claro es que en el mismo momento en que se sienta malestar o inquietud hacia ciertos comportamientos erráticos, y repito, y sí además son reincidentes, sólo cabe una opción: la distancia.
Clara AL ƈค
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