¿Cuándo dejamos de ser niños?

¿Cuándo dejamos de ser niños?

¿Cuándo dejamos tantas virtudes a un lado y las acorazamos con tal intensidad?

Madurar no es sinónimo de cambiar, es florecer, es evolucionar.

La palabra madurar la hemos confundido, dejamos la inocencia a un lado, nos hicimos “fuertes”, tan “fuertes" que olvidamos la lealtad, la confianza, la ingenuidad, la seguridad, la capacidad, la perseverancia, la imaginación, nuestros sueños...

Cuando pequeños,
COMPARTIR era la palabra clave,
SONREÍR era tan común como necesario,
SOÑAR era parte de nuestra esencia,
JUGAR nuestra pasión,
AMAR era incondicional,
LLORAR era aprendizaje,
CAERSE era levantarse,
VIVIR era motivo.

Aquel hombre que aún conserva su capacidad de reír a carcajadas sin temor al qué dirán, perdonar sin pensar, confiar sin juzgar, de jugar sin buscar ganar, de llorar sin importar, de comer dulces sin miedo a engordar, de cantar a viva voz, bailar y disfrutar.
Sin duda tiene la capacidad de cambiar al mundo siempre para mejorar.

Yo a mi niño interior lo llevo por fuera… ¿Y tú?

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