Amo esta belleza del paso del tiempo que se acepta como es. Amo las manchas en la piel, y la herida en las manos de mi padre, artesano trabajador y humilde que me enseñó a amar mi trabajo, y a cuidar la vida. Y amo las manos de mi madre, aún hoy, yo ya con 43 años, cada vez que me acaricia como si fuera aquel niño chico. Amo lo auténtico que reside en lo viejo y ajado, porque su belleza es telúrica, original, verdadera, real. Y las beso cada vez que les veo porque me sale del alma. Y ahora entiendo porqué besar una mano, cuando sale del corazón, no es sólo gesto de amor, también lo es de respeto, de admiración.

Y amo las manos de la gente mayor que sigue trabajando, cuidando a sus nietos, labrando el huerto, cociendo la sopa, poniendo la mesa, dándose tras toda una vida. En esas manos reside la sabiduría que debemos recuperar. Manos que han tocado tierra, gente y mundo, y que guardan en su piel el recuerdo del amor hecho, del trabajo hecho, de la vida pasada, del dolor superado y el que fue y será indigerible, de momentos cargados de sentido, y de los que nunca lo tendrán. Y doy gracias porque siguen vivas y acompañándonos. Pocas cosas hay en esta tierra que me provoquen un mayor sentimiento de misterio y amor.

Álex Rovira


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